sábado, 27 de octubre de 2007

Pensamientos Futboleros

-Por Jugo de Pelotas

Nada Nuevo

….Con o sin Marcelo Bielsa la Selección Chilena de Fútbol tenía que perder contra Argentina en Buenos Aires y ganar a Perú en Santiago, en la disputa de las eliminatorias del área sudamericana por clasificar para el Mundial de Alemania. De los cuatro cupos disponibles para ir a la fase final, ya hay dos que tienen propietarios (Brasil y Argentina, por supuesto). Para los otros dos hay muchos candidatos: Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador y Colombia. Bolivia, Perú y Venezuela aparecen como los supuestamente mas débiles. Pero los altiplánicos son cosa seria en la altura de La Paz; Venezuela ha progresado bastante en los últimos años y Perú quiere cambiar la historia.


Dejen tranquilo al “Gurú”

No es cristiano hacer leña del árbol caído, aunque dan ganas de decirle al mentado “Gurú” que “otra cosa es con guitarra”. Él está a punto de bajar va Tercera División del fútbol chileno con Deportes Temuco. Como consuelo hay que recordarle que Manuel Pellegrini descendió a Segunda División con la Universidad de Chile en 1988. Y vean en donde se encuentra el “Pelle” ahora. El técnico chileno esta convertido en el entrenador sensación de Europa. Los enemigos del ex comentarista no deben aprovecharse de este traspié para disfrutar una improductiva venganza. Quienes deben ser apuntados por el dedo acusador del pueblo temuquense como grandes culpables de la debacle son los dirigentes del club, quienes, pobres ingenuos, pisaron el palito. Un equipo de fútbol no se dirige solamente con marketing.


Fuera los merolicos

Quienes pensaron, en el querido Everton de Viña del Mar, que sacando a Jorge García y poniendo en la banca de entrenador a Nelson Acosta, iban a solucionar todos los problemas de los “guata amarillas” se equivocaron medio a medio. Es increíble de la manera que los dirigentes de clubes de fútbol cometen errores. Entre paréntesis, creo que la contratación de Marcelo Bielsa para la Selección ha sido una gruesa equivocación que, además, está costando mucho dinero. En la ciudad Jardín apostaron el año pasado por un equipo estelar, contrataron a Juvenal Olmos como entrenador (otro personaje sobredimensionado), gastaron lo que no tenían, crearon grandes expectativas y provocaron la gran frustración.

Lo mismo en la ANFP

También se pensó que la llegada de Harold Mayne Nichols (ex funcionario de la FIFA) a la presidencia de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional traería nuevos vientos a nuestro subdesarrollado balompié nacional. Nada de eso ha acontecido y el escándalo ronda el edificio de Quilín. Descuentos brujos a los seleccionados sub-20 (terceros en el Mundial de Canadá), cuestionamientos de parlamentarios y presiones para jugadores e integrantes del cuerpo técnico con el fin de dividir a quienes intentan cobrar todos sus emolumentos, son algunos de los problemas que debe afrontar la dirigencia.




viernes, 26 de octubre de 2007

Lección de Dibujo -Un relato breve de José Gai

José Gai es periodista titulado de la Universidad de Chile, escritor y pintor.

Su primera novela, “Las manos al Fuego”, ha sido muy bien acogida por la crítica especializada. También realiza ilustraciones en medios de prensa. Ha publicado dos libros (“Sabor a Gol”, Editorial Planeta, 1997, y “Ñoñobáñez, 20 años de fútbol chileno”). En el campo de la pintura ha realizado seis exposiciones individuales. En literatura ha sido finalista del concurso de cuentos de revista Paula en 2001 y 2003, y del Pedro de Oña, novela breve, en el 2000, entre otros. El presente relato fue finalista del concurso “Chile, 30 años”, organizado por Le Monde Diplomatique-Chile, en 2003.


Lección de Dibujo
(A Juan Chacon Olivares)
“¡Ahí viene el Jote!”, gritaba alguien -¿se acuerda, compadre?- y todos volábamos a ocupar nuestros puestos en la sala. Yo, más que nadie, porque tenía que correr desde el pizarrón, sacarme la tiza de las manos y hacerme el leso, aguantando la risa igual que todos cuando entraba Espinoza para empezar la clase de Historia y se encontraba con su perfil narigudo dibujado en el pizarrón, asomando del cuerpo de un pajarraco. Lo hice caminando, volando, cayendo a tierra, arrancando de unos perros, baleado por unos cazadores, laceado por unos niños, atravesado por flechas y puñales. El toque artístico fue ese año en que lo empecé a dibujar perdiendo poco a poco las plumas, y al final del curso, en la última caricatura, terminaba ya todo pelado, atravesado por un palo y dorándose encima de una fogata. El Jote Espinoza... ¿Se acuerda, compadre, que la primera vez preguntó indignado quién había sido? Pero nadie contestó. Algunos estuvieron tentados de delatarme, pero nosotros, los grandes, los pesados, fulminamos a los chicos con la mirada. Y todos nos quedamos castigados, una, dos y tres veces, pero nadie habló. Hasta que el Jote se aburrió. Entraba a la sala ya sin mirar el pizarrón y lo primero que hacía era ordenar, por riguroso orden de lista, que algún alumno lo limpiara.

Nos reímos mucho de Espinoza en esos años. ¿Se acuerda que una vez fuimos juntos hasta su casa y repetimos en la pared lo del pizarrón? Esa fue buena; el broche de oro. Después nos separamos. Yo partí a Santiago, y me empecé a acercar a los pocos compañeros que también habían podido ir a la universidad. La lejanía de la ciudad nos hizo amigos. Usted se quedó acá, se allegó al grupo de Flores y me dijeron que, como todos los de ese lote, anduvo dibujando svásticas y leyendo fascículos de la Segunda Guerra. Pero me estoy alejando de Espinoza, compadre. Cuando volvía con mi nuevo grupo para las vacaciones, lo divisábamos alguna vez caminando con su tranco desestibado, que era lo otro que lo asemejaba a los jotes. Entonces, lo seguíamos despacio en la camioneta de Miguelito y cuando estábamos al lado le gritábamos “¡Joteee…!” y arrancábamos en segunda, haciendo chirriar las ruedas. Lo encontrábamos divertido, para qué lo voy a negar.

Es que sabíamos poco de Espinoza. Que era masón, claro, y por eso no se llevaba bien con los dueños del colegio. Y que de tanto en tanto mandaba cartas al diario rebatiendo los editoriales. Pero fue al segundo o tercer año en la universidad, cuando empezamos a ver las cosas de otra manera y cuando el país mismo empezó a cambiar, que recién nos dimos cuenta de que el Jote era todo un personaje. A Miguelito ya le había ido mal en Santiago y estaba de vuelta. En una de sus cartas me contó la novedad: Espinoza iba de candidato a diputado por la lista del gobierno. En la respuesta le sugerí un lema para la campaña: “Despeguemos con Espinoza”. Debo de haberlo acompañado de una caricatura; seguro que fue así. Por los diarios supe que había perdido, y en su siguiente carta Miguelito me contó que lo había sentido mucho. Yo también lo lamenté, de verdad, al margen de las bromas. Recién ahí lo descubría como uno de los nuestros. Y cuando llegué ese invierno a trabajar en la Gobernación, luciendo mi título todavía fresco, me alegró ver en las paredes algunos afiches sobrevivientes del Jote. No lucía mal, fotografiado de frente, para disimular la narizota, y bien peinado. Nada que ver con el Jote que encontré al otro día de que nos detuvieron, y eso que sólo habían pasado unos meses de mi regreso.

A mí me obligaron a presentarme a la Gobernación, una semana después del golpe. Me tuvieron encerrado apenas un rato y me metieron con varios más en un camión. La vista vendada y amarrados con alambres, así partimos a la pampa. Creí que nos mataban ahí mismo, para qué lo voy a negar, compadre. Pero llegamos al campo de detención y allí, entre los presos, estaba el Jote. No lo reconocí; Miguelito tuvo que mostrármelo. Estaba sucio, flaco, golpeado. Casi sin pensarlo comencé a acercarme a él. Supe que lo había pasado muy mal, que lo acusaban de integrar una red para desembarcar armas, algo impensable en él y en esas circunstancias. Pero así constaba en los papeles del fiscal, y así también lo habían tratado. De vez en cuando lo llevaban a interrogatorio. Verlo regresar daba pena. Yo recordaba entonces mis dibujos en el pizarrón y sentía vergüenza. Pero nunca le hablé de eso. Ni siquiera una vez que estábamos juntos en su jaula, mirando por la ventanita una bandada de jotes que distraía su ocio planeando encima del campamento. “Cómo les envidio la libertad”, dijo Espinoza. Se quedó callado un rato y me miró. “Me gustaría ser un jote”, dijo y sonrió apenas, porque hasta sonreír le dolía, y yo di vuelta la cara para que no notara que se me empañaban los ojos.

Dos días después, por un carcelero boca suelta supimos que había condena para cinco presos. Los iban a fusilar al otro día, me contó Miguel. Le pregunté con la mirada y me contestó que sí, que Espinoza era uno de ellos. Esa noche fuimos a su jaula. Estaba tranquilo. Nos quedamos un rato largo. Nadie hablaba mucho. Él, sí; era como si nos estuviera haciendo clases, otra vez. Al final llegaron los guardias y ordenaron que cada uno se fuera a su celda. Espinoza se despidió de todos con un abrazo. A mí me mantuvo un rato más tomado de los hombros y me dijo bajito: “Usted, que es tan bueno para los parecidos, podría hacer algo. Grábese sus rostros y después dibújelos, para que podamos reconocerlos”.

No dije nada. Qué iba a decirle. “Para que podamos reconocerlos”, si él ya era hombre muerto. Pero así pensaba Espinoza, en plural. Ese mismo día, después de las descargas y del silencio eterno y ahogante de la mañana, empecé mi tarea. A fuerza de pura memoria fui grabándome en la mente, narices, ojos, orejas, proporciones. Al otro día de que me soltaron y me fletaron fuera del país, ya los tenía a todos en el papel. Los jefes y los carceleros más malditos, a todos ésos los tengo, y espero que algún día mis dibujos sirvan para ubicarlos. Y ahora que los terminé y puedo escribirle esta carta, le cuento que hice un dibujo extra. Sí, porque aunque yo estuviera encapuchado y usted cambiara la voz, igual lo reconocí cuando me interrogaban. Y le debo advertir que me quedó igualito, compadre. Como Espinoza en el pizarrón.