sábado, 26 de noviembre de 2011

PEDRO SALINAS:

VOZ PURA DE LA POESÍA ESPAÑOLA

Por José G. Martínez Fernández.

 A la Generación del 27 pertenece la figura de Pedro Salinas, uno de los mayores poetas españoles del siglo XX.
Ese siglo grande de la poética -que en la llamada “madre patria”- tuvo figuras altísimas como León Felipe, García Lorca, Miguel Hernández, José Hierro, Blas de Otero, y tantos otros.
Nacido a fines del siglo XIX, exactamente en 1891, en Madrid, fue un miembro más de aquella Generación que sufrió la Guerra Civil Española por lo que debió vivir el exilio durante 15 años, desde 1936 a 1951, año de su muerte.
Ella ocurrió en Boston.
Como catedrático universitario hizo clases nada menos que en la Universidad de La Sorbona y en la Universidad de Cambridge.
Su inteligencia arrebatadora en las aulas fue la misma que mostró en su verbo poético. Muchos de sus poemas suelen ser largos, demasiado a veces: esa manera de hacer que cada verso no muera casi de inmediato, y así seguir verso a verso, una historia hecha verbo, a la manera de Vicente Aleixandre, contrariando a otros grandes poetas que escriben, en la mayor cantidad de sus textos, poemas muy breves.
Pero –como buen lírico- también tiene poemas breves y brillantes como los textos largos que suelen conmover a los lectores de su poesía, que en España forman grandes números y en América, sin embargo, son pocos.
Es uno de esos poemas que hemos querido rescatar.

 AMIGA
Para cristal te quiero,
nítida y clara eres.
Para mirar al mundo,
a través de ti, puro,
de hollín o de belleza,
como lo invente el día.

Tu presencia aquí, sí,
delante de mí, siempre,
pero invisible siempre,
sin verte y verdadera.

Cristal. ¡Espejo nunca!

 La simplicidad del poema es obvia. Su comprensión: fácil. Para el poeta la amiga debe ser de cristal (no de espejo) para observar las cosas de la vida, la luz del espacio, el sueño inacabado de los hombres construyendo, junto al universo, aquello que éste tiene de invisible al ojo humano.
Rescato la honda pureza entramada en este poema de Pedro Salinas, uno de los poetas fundamentales, lo dijimos, de la lírica española del siglo XX.

José G, Martínez Fernández

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Clasificatorias para el Mundial de Fútbol

Lo importante es como se termina
 y no como se comienza
Por Jorge Javier Vergara Núñez
 La diferencia entre ambos (Bielsa y Borghi) tiene directa relación en cómo han vivido su vida cada uno. Llevar esto a una discusión de quién es mejor que otro como Director Técnico de la selección es una soberana estupidez.

Habiendo transcurrido ya cuatro partidos de las Clasificatorias Sudamericanas para el Mundial de Fútbol, es importante consignar un comentario que resuma de alguna manera el estado anímico del Chile futbolero que sigue a la Selección, y que en su gran mayoría, son fanáticos ocasionales. Adictos que sólo se impregnan de este fútbol-parrilla con "la roja de todos” cuando se está en instancias de competencia internacional y que normalmente transitan alejados de las canchas.
Si vamos a los fríos números, podemos exhibir que, como nunca antes a estas alturas de las clasificatorias, vamos con seis puntos –todo un récor- que no sirve de nada práctico, pero que es bueno para la confianza del cuerpo técnico y el plantel y, además, una paz espiritual para una hinchada bipolar que pasará unas fiestas de fin de año tranquilas, con gran compra de merchandising de la roja de todos.
 En la parte ya más futbolera, se comprueba que el  Chile de Borghi hace unas muy buenas presentaciones de local y otras no tanto como visita, donde cayó estrepitosamente en Buenos Aires y en Montevideo. Queda más o menos claro que en ambas debacles hubo comportamientos de jugadores que minaron la moral del grupo y ello no se puede soslayar. De no haber sido por el desayuno del Tavelli y el Bautizo con revancha, de seguro los resultados deportivos hubiesen sido más estrechos.

En lo que al juego se refiere y sólo para lectores realmente futboleros, cuya óptica es lo suficientemente objetiva para no motejarse per se como Bielsistas o Borghianos, se ratifican un par de apreciaciones que, en la vorágine de descalificaciones entre los partidarios de ambos directores técnicos, muchas de ellas pasaron casi desapercibidas,

1.- Que esta selección posee menos vértigo que la anterior, donde el medio campo era zona de tránsito rápido para favorecer la sorpresa. Acá se busca tocar en el medio para buscar y crear el espacio, acelerando en tres cuartos  en busca del arco rival. De la misma manera, Chile antes apretaba rápido la recuperación del balón buscando el error del rival. Cada jugador chileno tenía una tarea clara, precisa y aprendida de lo que debía hacer, dependiendo de dónde se perdía o se recuperaba el balón. Hoy la marca zonal parte del medio hacia atrás.

2.- La selección de las clasificatorias anteriores privilegiaba el esquema por sobre la habilidad de cada jugador, ello implicaba que en la práctica jugaba quien estuviera mejor en ese momento para asumir su función dentro del esquema ya elegido. Ahora existe gran espacio para la improvisación y creación de los jugadores hábiles quienes tienen más libertad en la cancha, es por ello que cuando un titular indiscutido por una razón no está, se sufre tanto fuera y dentro de la cancha.

Ambos tienen sus métodos, modos y formas para alcanzar el éxito con Chile, ambos quieren clasificar y ojala hacer una buena presentación en el Mundial de Brasil, pero objetivamente en el modo tienen esas dos diferencias en el juego y ello es una realidad.
 La diferencia entre ambos tiene directa relación en como han vivido su vida cada uno. Llevar esto a una discusión de quien es mejor que otro como Director Técnico de la selección es una soberana estupidez.
 Nadie puede estar de acuerdo con la forma como las SADP sacaron a Mayne Nicholls y Bielsa respectivamente, pero se produjo y seamos claros, el primer equivocado fue el propio Harold cuando creyó que las SADP venían a invertir más que a sacar y cuando con una ceguera notable no hizo andar la Federación de Fútbol.
 Creo que por algunos años en materias futboleras el hincha estará lo suficientemente lejos para hacer algo, a menos que en los estadios los verdaderos hinchas del fútbol, los que cada semana acompañan a su club desde el tablón o en la cancha del barrio, comiencen a despertar y a difundir lo que los medios no pueden hacer; que el fútbol es un lugar de participación de la gente y no un negocio para unos pocos.

Por de pronto, y alegrémonos de ello, la selección y sus recientes buenos resultados alegran a un pueblo que la considera suya, ello también permitirá a las SADP conseguir el bálsamo necesario para seguir lucrando.

Pero en esto del fútbol, como las clasificatorias, la vida y las SADP no olvidemos que
Lo importante es como se termina y no como se comienza

Jorge Javier Vergara Núñez

IRIS FERNÁNDEZ ÁNGEL: TRABAJO Y CREACIÓN POÉTICA

Por José G. Martínez Fernández.
Es lunes. Lunes 7 de noviembre de 2011.
Estoy en La Serena, esta ciudad naturalmente bella, hermosa por su arquitectura entregada por la naturaleza y que, sin embargo, me parece llena de fantasmas escriturales. Por suerte que vine sólo por el día y no por ella, sino por Los Choros, esa zona enclavada entre la Cuarta y Tercera Región: El norte de La Serena es más bello que ella y sus habitantes son mejores personas, me parece.
Aquí entro a internet y prosigo una crónica que empecé en Santiago y que allí concluiré, porque hoy mismo me escapo de las criaturas perversas de esta tierra y vuelvo a la gran suite de la capital.
En el intertanto no he dejado de recordar a mi Arica, polvo, luz y paja, que tiene en sus poetas seres de luz. De luz y de trabajo. En Arica hay poetas importantes. Damas dulces del quehacer artístico del bello verbo.
Si, ahora escribiré sobre una mujer poeta que ha dado a Arica mucho de su tiempo y de su luz, de sus ideales y de sus ambiciones.
Iris Fernández Ángel es así.
Una interesante poeta y una dama que ha trabajado por ayudar a difundir el trabajo creativo de otros.
Una mujer que, por su importancia y su liderazgo, ha sido objeto de críticas justas e injustas.
Toda mujer célebre está destinado a ese mundo feliz-infeliz.
Ella no puede negarse a esa realidad.
Libertaria y triste.
Una poeta que en Arica es una figura valiosa y no sólo en Arica, sino en todo el norte de Chile.
Las creadoras mayores de hoy -en Arica-- se llaman Trinidad Vásquez Ponce, Vanessa Martínez, Patricia Mardones, entre otras.
Iris Fernández Ángel es una dama de la poesía.
Su trabajo de maestra de Literatura habrá dejado un importante trabajo intelectual en las aulas en que enseñó, como lo hizo después como dirigenta de los escritores de esa ciudad.
Hoy su poesía es su mejor ventana.

He aquí uno de sus poemas:

DESTINO

El caballo clavó sus tristes ojos
en mis frías pupilas
mas nada me detuvo.
Alcé el cuchillo y segué su pezuña
como el segador, la espiga.
Fijé mi cruel mirada
en la profundidad de su pupila
mas nada me detuvo.
De un solo tajo, desgajé el casco
rosas rojas se fueron abriendo
hasta llegar al infinito.
El dolor, ardiendo, galopó
por las crines erizadas.
La tusa se elongó en cuatro amplias alas.
El caballo clavó sus ojos abatidos
en mis cuencas vacías de ilusión
y creció, creció, creció.
Siete lenguas inflamaron
mi esqueleto enardecido
y me hicieron flama eterna
condenada por los siglos
a abrevar los sueños del hombre
en el charco del crepúsculo.

Así escribe ella. la fórmula mágica de la poesía no tiene nombre. Sólo luces y esas son las que valen.
Valga ese decir para reiterar la importancia que Iris Fernández Ángel tiene en la poesía del norte chileno.
En estos momentos en que trabajo en nuevas antologías veo su nombre y los nombres de quienes deben, por mérito, ir en ellas.
La poesía del norte chileno tiene fuerza y esa es la que nos entrega esta importante poeta.
Hoy también es lunes. Pero lunes 14 de noviembre de 2011.
Y Santiago está un poco caluroso.
José G. Martínez Fernández

viernes, 11 de noviembre de 2011

PINOCHET ERA UN HOMBRE MUY BUENO...

Por José G. Martínez Fernández.

Augusto José Ramón Pinochet Ugarte era un hombre muy bueno…
Bueno con la jauría de asesinos que le celebraba que estuviera exterminado a miristas, socialistas, comunistas…
Porque la mayoría de los asesinados por el régimen del sátrapa fueron del MIR, luego del Partido Socialista, después del Partido Comunista y también algunos militantes de otras agrupaciones políticas e incluso independientes…
Pero el asesino Pinochet sabía pagar bien a su gente…era muy bueno con los que en las noches de terror de los setenta y ochenta acribillaban hombres, mujeres y niños…
Solía hablar con René Peri, su Ministro de Bienes Nacionales y seudoescritor, y decirle que, en premio a sus actos, los asesinos y sus secuaces debían ser recompensados…
Así –desde Generales a simples sargentos- se beneficiaron con bienes del Fisco…y también así se favoreció a los soplones de la dictadura…
Conocí el caso de un sargento de Carabineros que había sido favorecido con estas prebendas en la Isla Magdalena, aquella llena de pingüinos, en la Región de Aysén, con más de setecientas (700) hectáreas que –en esa enorme Isla- colindaban con el mar.
Lo singular es que el carabinero ni sabía dónde quedaba la Isla Magdalena…Lo que si tenía era un plano en que estaban demarcadas sus centenares de hectáreas y la escritura que daba cuenta cómo el gobierno le otorgaba esa enorme porción de tierra.
Los casos son innumerables. Pinochet era bueno con sus bestias ávidas de carne humana.
Total el hombre contaba con su firma poderosa.
¿Acaso de forma similar no hizo rico a su yerno Julio Ponce? Él era un funcionario estatal de su criminal suegro cuando éste decidió liquidar una gran empresa del Estado en la décima parte de su valor real.
Julio Ponce no tenía ese 10%. Ni siquiera para abonar algo. Entonces vino Pinochet y ordenó a Banco del Estado de la época (a su presidente, que era un militar de alta graduación) que se le prestara una suma importante a su yerno…lo que él realizó…sin que Ponce mostrara solvencia para la devolución del préstamo…
Perdón. Me equivoco. Tenía la solvencia del Poder del suegro.
De esa manera Julio Ponce se enriqueció y hoy es uno de los hombres más ricos de Chile.
Las cantidades de tierras que Pinochet traspasó a su Ejército con la venia de René Peri son enormes…
Un poco menos fue lo que regaló a los particulares…Islas, grandes extensiones territoriales, fundos, grandes parcelas, fueron a parar a manos de sus serviles asesinos y servidores…
Luego la Concertación, con sus dos décadas de gobiernos, frente a esos casos, no hizo otra cosa que guardar el silencio de los corderos, no por inocentes…sino por cobardes…
Ni el Parlamento (mayoritariamente concertacionista), ni los presidentes concertacionistas, cambiaron los Decretos de Pinochet para recuperar esas tierras a su legítimo dueño: el Estado de Chile.
Al contrario: se sumaron al gran robo…Los radicales, PPD y demócrata cristianos, fundamentalmente…
Varios Ministros de Bienes Nacionales ya casi olvidados por sus mediocres desempeños y la actual señora Parot han seguido el mismo circo…
Esta señora es una de las hijas predilectas de Piñera, hijo irreconocido de Piñera.
Por ello hoy conviven en paz en el Congreso y en cuanto Encuentro Internacional se encuentren concertacionistas y alianzistas.
Las aves de rapiña forman los nidos muy cercanos unos de otros.
Todo lo robado por Pinochet para él y su familia sigue robado; todo lo robado para sus secuaces (asesinos, asesores y soplones) también sigue robado…
Nadie ha reclamado por ello. Nadie.
 Por esto es que yo digo PINOCHET ERA UN HOMBRE MUY BUENO.
 Muy bueno con los miserables que mataron, torturaron, robaron, etc.

José G. Martínez Fernández

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Odiar "El Gatopardo"

El autor de "El Gatopardo"nunca vio publicada su obra.
por JAVIER MARÍAS 12/03/2011
Diario El País de España

-La obra de Lampedusa "es sobre todo una novela sobre la muerte, la preparación para ella y su aceptación"

Ningún libro ni ningún autor son imprescindibles por sí solos, y se puede asegurar que el mundo sería exactamente como es si no hubieran existido Kafka, Proust, Faulkner, Mann, Nabokov o Borges. Quizá no sería tan igual si ninguno de ellos hubiera existido, pero la falta de uno solo es indudable que no habría afectado al conjunto. Por eso resulta muy tentador -una tentación fácil, si se quiere- pensar que la novela representativa del siglo XX es la que tuvo mayores posibilidades de no existir, y la que nadie habría echado de menos (al fin y al cabo Kafka no dejó una obra única, y una vez que se supo que había otras, además de La metamorfosis, cualquier lector podía permitirse "añorarlas" o desear leerlas). La que ya en su día fue vista por muchos casi como una excrecencia o una intrusión, como algo anticuado y completamente alejado de las "corrientes" predominantes, tanto en su país, Italia, como en el resto del globo. Como una obra superflua, anacrónica y que no "añadía" nada ni "avanzaba", como si la historia de la literatura fuera algo progresivo y en cierto sentido parecido a la ciencia, cuyos hallazgos van siendo arrumbados o eliminados a medida que son superados o que se demuestra la parcialidad, insuficiencia o inexactitud de cada uno de ellos. Cuando la literatura funciona más bien de la manera opuesta: nada de lo que se le agrega borra o anula nada de lo ya escrito, sino que, por así decir, se pone a su lado y convive con ello. Lo más antiguo y lo más nuevo respiran al unísono, y a veces cabe pensar si todo lo escrito no es más que la misma gota de agua cayendo sobre la misma piedra, y si lo único que de verdad varía es el lenguaje de cada época.

"¿Cómo podía uno ensañarse con quienes, sin duda, iban a morir?... Sólo tenemos derecho a odiar lo que es eterno"

Es necesario, claro está, que lo viejo aún aliente pese al tiempo transcurrido desde su creación o su aparición: desde luego hay obras que se borran y anulan -y son la inmensa mayoría-, pero lo hacen por su propia cuenta, no porque nada venga a ocupar su lugar ni a suplantarlas ni a jubilarlas: languidecen y mueren por su escaso brío o porque -precisamente- aspiraban en su nacimiento a ser "modernas" u "originales", lo cual les facilita luego el pronto envejecimiento, o, como también se dice, quedar demasiado "fechadas". "Esto es de tal periodo y sólo de ese", nos decimos al leerlas fuera de su época, y, con la incontenible y siempre creciente aceleración del mundo, "fuera de su época" significa a veces, hoy en día, tan sólo un decenio después de su alumbramiento. Algo de eso sentimos incluso con las narraciones de los más grandes autores contemporáneos: con Kafka, con Faulkner, con Borges en ocasiones, casi siempre con Joyce. De puro innovadores, de puro arriesgados, de puro voluntaristas, de puro distintos o de puro ambiciosos, pueden resultarnos, en ocasiones, levemente anticuados, o, si se prefiere, tan sólo "fechados".

No ocurre eso con Isak Dinesen, ni con El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Ésta no es en modo alguno una novela decimonónica, como algunos, confundidos acaso por el siglo en que se sitúa su acción, llegaron a afirmar en su momento. Es sin duda alguna una novela contemporánea de las de los escritores mencionados, su autor no desconocía las nuevas técnicas ni los "avances" del género, si es que puede llamárselos así, e incluso tuvo la modestia de descartar una posibilidad -contar una sola jornada en la vida del Príncipe Fabrizio di Salina- con la siguiente frase: "No sé cómo escribir el Ulises". Pero sí sabía, por ejemplo, hacer un uso magistral de la elipsis, relatar fragmentariamente, sin subrayar y hasta sin contar del todo, dejar sin explicación lo que al lector le basta con vislumbrar o intuir, llevar a cabo iluminadoras asociaciones entre elementos dispersos y en apariencia secundarios o meramente anecdóticos, combinar sin fatiga ni trampa lo dicho y acaecido con lo sólo pensado (todo ello mucho más propio de la novela del siglo XX que de la del XIX), y sobre todo observar, reflexionar, insinuar, matizar.

Como es sabido, El Gatopardo pudo no publicarse, y de hecho así ocurrió para su autor, que no llegó a verla impresa y que pocos días antes de su muerte, el 23 de julio de 1957, recibió una nueva carta de rechazo de una de las mejores editoriales italianas, que de ese modo se sumó en su "ojo clínico" a otra no menos prestigiosa. Pero no es sólo eso, sino que El Gatopardo muy bien pudo no escribirse: Lampedusa no era escritor, o resultó serlo tan sólo después de su muerte; y si en los últimos años de su vida acometió su novela fue, al parecer, por causas enteramente menores: el relativo éxito tardío de su primo el poeta Lucio Piccolo, que lo llevó a hacer la siguiente consideración en una carta: "Con la certeza matemática de no ser más tonto, me senté ante mi mesa y escribí una novela"; otro de los alientos recibidos fue el de su mujer, Licy, quien lo animó a escribir -se supone que cualquier cosa, sin pretensiones- por ver si con esa actividad se le aplacaba un poco la nostalgia; una tercera razón pudo ser su soledad: "Soy una persona muy solitaria", señaló. "De mis dieciséis horas de vigilia diaria, al menos diez transcurren en soledad. No pretendo, sin embargo, pasarme todo ese tiempo leyendo; a veces elaboro teorías literarias...". Lo cierto es que sí se pasó la mayor parte de su vida leyendo y acarreando muchos más libros de los que necesitaba, en una cartera, durante sus cotidianos recorridos rutinarios por la ciudad de Palermo. Por leer (lo hacía en cinco o seis lenguas), leía hasta a los escritores mediocres y segundones, que consideraba tan necesarios como los grandes: "También hay que saber aburrirse", opinaba. De manera que poco ímpetu y escasa ambición hubo detrás de El Gatopardo. En verdad era muy fácil que jamás hubiera existido, y el propio Lampedusa tenía sus dudas acerca de su oportunidad y su valor: "Es, me temo, una porquería", le dijo en una ocasión a su discípulo Francesco Orlando, y por lo visto se lo dijo sin coquetería y de buena fe. Al mismo tiempo creía que merecía la publicación (lo cual no es mucho creer, dado todo lo que se publicó en el siglo XX bueno, mediano y malo: no digamos lo que se lleva ya publicado en el XXI). En su texto de "Últimas voluntades de carácter privado", escribió: "Deseo que se haga cuanto sea posible para que se publique El Gatopardo...; por supuesto, ello no significa que deba publicarse a expensas de mis herederos; lo consideraría como una gran humillación". No hubo mucho ímpetu ni mucha ambición al iniciar la tarea; al menos sí hubo algo de orgullo al terminarla.

No le faltaban motivos para ello a Lampedusa. El Gatopardo, libre de servidumbre, de temores críticos, del agarrotamiento que se apodera a veces de algunos novelistas por el solo hecho de sentirse responsables ante sí mismos y ante su propia trayectoria anterior, libre de ínfulas y de presunciones y de ansias de originalidad, sin ninguna intención de deslumbrar ni de escandalizar ni de "abrir nuevas vías", se lee, más de cincuenta años después de su publicación y ya en otro siglo, como una obra maestra solitaria por partida cuádruple: por ser la única novela completa de su autor; por haber aparecido cuando éste ya estaba muerto y haberse echado a rodar por el mundo sin acompañamiento alguno, por así decir; por provenir de un isleño apartado de la literatura "pública" hasta el fin de sus días; y por resultar extraordinariamente original, sin haber aspirado a ello, además. Sobre semejante novela se ha escrito mucho en el tiempo transcurrido, y sería presuntuoso por mi parte querer añadir algo más. La novela de Sicilia, bien; la novela de la unificación de Italia, bien; el fin de una época y el declinar de todo un mundo, de acuerdo; el retrato del oportunismo con la famosa frase de cuya cita tanto se ha abusado -"Si queremos que todo permanezca como está, hace falta que todo cambie", o bien "...que algo cambie"- y que repiten hasta la saciedad quienes jamás han leído El Gatopardo, de acuerdo; aunque esa frase sea sólo anecdótica en el conjunto del libro, un afortunado elemento más. Para mí es sobre todo una novela sobre la muerte, la preparación para ella y su aceptación, incluso sobre cierta impaciencia por su advenimiento. De manera nada insistente, tenue y respetuosa y modesta, casi como una parte de la vida y no por fuerza la más importante, la muerte va rondando. Quizá dos de los pasajes más emotivos de la novela sean la contemplación, por parte del Príncipe di Salina, de la breve agonía de una liebre que acaba de abatir durante una cacería; y el último párrafo, en el que, casi treinta años después de la desaparición del propio Don Fabrizio, su hija Concetta se decide por fin a arrojar a la basura al perro disecado que fue de su padre y por el que éste sintió debilidad, Bendicò.

De la liebre se dice: "Don Fabrizio se vio contemplado por dos grandes ojos negros que, invadidos rápidamente por un velo glauco, lo miraban sin rencor pero cuya expresión de doloroso asombro era un reproche dirigido contra el orden mismo de las cosas; las aterciopeladas orejas ya estaban frías, las patitas se contraían enérgica y rítmicamente, símbolo póstumo de una inútil fuga; el animal moría torturado por una angustiosa esperanza de salvación, imaginando, como tantos hombres, que aún podía superar el trance, cuando ya estaba condenado...". Y de la momia del perro Bendicò se dice: "Mientras se llevaban a rastras el guiñapo, los ojos de vidrio la miraron con la humilde expresión de reproche de las cosas que se descartan, que se quieren anular", y esto lleva al lector a acordarse de otra cita, muy anterior, en la que, al hablarse del mundo de Donnafugata, se dice: "...desprovisto, pues, incluso de ese resto de energía que en toda cosa pasada aún alienta ...".

Lampedusa sabe que todo tarda en desvanecerse, que todo se toma su tiempo; hasta lo que ya es "cosa pasada" remolonea y se resiste a marcharse; hasta la vieja momia de un perro que abandonó el mundo decenios atrás. Y a esa lenta desaparición, pero desaparición al fin, sólo se atreve a oponer un humilde reproche hacia el orden mismo de las cosas, sin ni siquiera alcanzar el rencor. Quien conoce o intuye ese orden se va acostumbrando a la idea y a la perspectiva, incluso cuenta con ella como "salvación": "...había conseguido la parcela de muerte que es posible introducir en la existencia sin renunciar a la vida", se lee en otro momento; y en otro: "Mientras hay muerte hay esperanza...". No se trata sólo de los lugares y de los animales, que no comprenden (y menos aún comprenden los ojos que ni siquiera son ojos, sino los vidrios de taxidermista que imitan los del perro Bendicò disecado). Se trata también de las personas, la mayoría aún ignorantes y llenas de vida, aún en la creencia de que la muerte es algo que concierne a los demás, y sin embargo ya dignas de compasión. En la famosa secuencia del baile se dice: "Los dos jóvenes ya se alejaban dejando paso a otras parejas, menos hermosas, pero tan enternecedoras como ellos, cada una sumergida en su propia y efímera ceguera. Don Fabrizio sintió que se le ablandaba el corazón: el desagrado se había transformado en compasión por aquellos seres fugaces que trataban de gozar del exiguo rayo de luz cuya gracia les había sido concedida entre las dos tinieblas: la que había precedido a la cuna y la que los arrebataría tras los últimos estertores. ¿Cómo podía uno ensañarse con quienes, sin duda, iban a morir?... Sólo tenemos derecho a odiar lo que es eterno".

Cincuenta o más años son sólo un instante "en los dominios donde reina para siempre la certeza", como asimismo se lee al final de la Sexta Parte. Pero quizá sean suficientes para que todos los novelistas aún vivos, aún fugaces, aún ciegos y enternecedores entre las dos tinieblas, nos estemos ya ganando el derecho a odiar El Gatopardo.
Javier Marías