sábado, 20 de enero de 2018

La Muchacha de la Maleta

 (Por Fredys Pradena, desde Zaragoza, España)

            Con 20 años de edad, a pocos meses de casarse y sin experiencia, María Matilde tuvo que hacer su primer largo viaje sola. Debía trasladarse desde el puerto de Talcahuano hasta Valparaíso. Allí se encontraría con su futuro su marido a quien no veía hacía varios meses.
A principio de los años 40, el único medio era el ferrocarril. El “nocturno” salía de Concepción a última hora de la noche y llegaba a Santiago al día siguiente, a media mañana. Una vez en la capital, debía trasladarse en taxi desde la Estación Central hasta Mapocho, desde donde iniciaría el viaje a Valparaíso. Aunque esa noche la pasaría en la gran ciudad.
               Me imagino una hermosa muchacha rubia, grácil, de lindas piernas, tal como aparece en las fotos de entonces, corriendo por los andenes con su maleta, nerviosa y apurada. El destino la había conducido a casarse con un marinero y éste podía parar por períodos de algunos meses en cualquier puerto del país. El amor no podía esperar tanto, así que había que sacrificarse e ir al ansiado encuentro.
Unos tíos que vivían en la capital, sabían de su paso y la fueron a recoger. Era un matrimonio algo mayor.Él, un hombre bonachón  era hermano del tío Carlos, rico empresario casado con una hermana del marinero. Pernoctó esa noche en su casa y al otro día él la fue a dejar a la Estación Mapocho.
En ese entonces, por lo menos en clase turista, no había reservas de asientos. Por lo tanto había que esperar en el andén a que el tren se pusiera en el sitio y abordarlo con rapidez. Quienes subían primero podían elegir sus asientos, es decir ese privilegio estaba reservado para los más fuertes.
Apenas entró el tren retrocediendo en la estación, los pasajeros en el andén lógicamente nerviosos empezaron a mover sus cosas. Don Julián, - así se llamaba el tío santiaguinos-, experimentado en esas lides, comenzó a gritar:
-¡Suelta la maleta vieja concha tu madre!
Había cogido una maleta y  estaba peleando con una señora que también la reclamaba como suya.

Con el alboroto, María Matilde había tomado su maleta que había estado llevando solícito el tío Julian.
-Tío le dijo, mi maleta es ésta.
Sin disculparse siquiera, soltó la maleta de la señora y se dispuso a la proeza de subir dando todos los codazos y empujones que hicieran falta y encontrarle un buen asiento a su hermosa sobrina.
Efectivamente así sucedió. Cuando la joven logró subir, el tío Julián, triunfante, le gritó en donde la había colocado.
Ya instalados  el hombre, todavía  sudoroso y excitado, le empezó a contar a viva voz lo sucedido:
-¡Vaya vieja de mierda, no quería soltar la maleta!.
-¡Vieja concha de su madre con qué fuerza tiraba….!
María Matilde, con sus preciosos ojos azules, le indicó con un gesto que mirara al asiento de enfrente. Ahí, por esas casualidades de la vida,  se había sentado la mujer, que le miraban con algo más que odio.
(F.P.)