sábado, 28 de junio de 2008

Joaquín Edwards Bello
ataca de nuevo

Irónico, mordaz, atrevido, crítico, rebelde, Joaquín Edwards Bello (1887-1968) ataca de nuevo. Ediciones “Universidad Diego Portales” ha lanzado la primera parte de “Joaquín Edwards Bello, Crónicas Reunidas”, que contiene gran parte de las crónicas periodísticas del escritor chileno que, en su momento, desafió con su ácida pluma a la aristocracia criolla, no obstante provenir de ella (era hijo del cofundador del Banco Edwards).
La obra consta de 689 páginas y rescata crónicas que mayoritariamente escribió bajo el alero del diario “La Nación” que recibió sus artículos por casi 40 años. Se dice que durante su vida redactó más de 10 mil artículos, merced a su frenético ritmo de trabajo.
Aunque siempre dijo que sus crónicas eran para ser leídas “el momento”, su obra crítica y mordaz ha perdurado no sólo por su simpleza y calidad; también porque sus dardos tienen plena vigencia en el Chile actual.
Sólo una muestra en un párrafo dedicado a su Valparaíso natal escrito en 1922 tras regresar de Europa: “En Valparaíso todo se fue, todo se transformó de manera radical, diabólica. En esas calles distintas, ante esos rostros desconocidos o metamorfoseados, me pareció ser el sobreviviente de una gran batalla. ¿Cómo quedé en pié en medio de tanta ruina? El Puerto de ayer, mi Puerto de niño se fue, no quedó más que una sombra, un fantasma del pasado. La decoración del fondo, las bambalinas de la ruina estaban iguales, nada más”.
Edwards Bello fue miembro de la Academia Chilena de la Lengua y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1943. En 1959 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo. Un año antes había sido declarado Hijo Ilustre de Valparaíso.
Agobiado por una hemiplejia que lo postró en sus últimos años de vida, se suicidó con un revólver que le había regalado su padre.
Algunas de sus principales novelas son: “El Inútil”, “El Roto”, “El Chileno en Madrid”,“La Muerte de Vanderlit”, “Valparaíso, ciudad del viento”, “Criollos en París” .
“Crónicas Reunidas”, que comienza a ver la luz, constituye un gran esfuerzo editorial y una lectura obligada para las nuevas generaciones de periodistas, aunque también una relectura para los que pintan canas no sería tiempo perdido.
Sistemático proceso de imbecilización colectiva

¿Sabía Usted qué tan importante ha resultado el debut bailable de Pamela Díaz (figura de de la televisión chilena, “opinóloga”, modelo, vedette y ex esposa de futbolista) para no pocos medios de comunicación de masas?
La mencionada belleza (que seguramente ignora que es una víctima e ínfima parte de esta maquinaria procesadora y moledora de neuronas) hizo su debut bailando en el caño (a lo Demi Moore, de la película "Strip-tease") en un famoso local nocturno de Santiago de Chile, baile erótico-pélvico-ligérico de ropas. La performance no ha dejado indiferente a nadie, pues hay que reconocer que a la muchacha le sobran atributos...y no me refiero sólo a la silicona pectoral.
Pero lo que llama más la atención es que aquella noticia ha ocupado en varios medios de prensa mucho más espacio que las actividades correspondientes al Centenario del Natalicio de Salvador Allende Gossens…

jueves, 19 de junio de 2008


Si Usted volviera, Doctor

Por Marco Antonio de la Parra

No sé qué espacio tendría, Doctor, en este mundo raro que vivimos ahora. Yo lo tuve muy cerca, en una clase de ética médica. Llegó en su Fiat 125 azul oscuro. Si viera las columnas de coches blindados que vimos pasar tantos años, tan cerca también, tan intimidantes, feroces, con los dientes apretados, con sus fauces de perro. Usted, Doctor, entró amable a la clase. Nosotros estábamos nerviosos. El país no se incendiaba aún. Era su primer año de Gobierno. Habló de cómo los médicos han estado siempre preocupados de la política, la salud, la higiene, planteamientos de índole pública.
Han cambiado mucho las cosas, Doctor, hay gente que aún se mueve como en sus tiempos de agitación, pero son los menos. La mayor parte de la gente parece caminar mirando el piso, soportando la marcha cruel del libre mercado. Como seguramente ha sabido, no hubo socialismo, ni real, por suerte, ni utópico. Sabrá que se vinieron muchas utopías al suelo y quedó solamente en pie el neocapitalismo. O sea, lo mismo de antes pero aplicado a todo, desde el amor a la salud, la educación, el ocio, la fiesta, el trabajo. La gente hoy se endeuda, no ahorra. El pueblo no existe en los discursos y es, a lo más, una multitud que acude en masa a sembrar de pétalos la marcha del catafalco de un general de Carabineros. No hay movilización aunque la injusticia sea la misma o quizás hasta peor. Hay más dinero pero también hay más deudas. Hay más automóviles, más televisores, más electrodomésticos. Hay muchas tiendas. Se marearía de verlas. Los diarios dicen todos casi lo mismo. "The Clinic", una extraña revista de humor sarcástico, lo ha dibujado como una especie de superhéroe pop.
La gente, sin embargo, lo admira. Aunque se tiñan el pelo, aunque se vistan de negro y se maquillen pálidos como muertos, aunque estén encaramados en los nuevos buses que como antes están llenos y no se sabe todavía qué hacer con ellos. No hay salud para todos, no hay educación para todos o, por lo menos, si la hay es cara y difícil de sostener, no hay espacio laboral para todos.
Hay muchos supermercados y la prosperidad a ratos lo tiñe todo de malls. La gente, cuando se distrae, sale de compras. Las tarjetas de crédito son más importantes que la cédula de identificación. La Visa es más importante que la vida. Los políticos apenas tienen tiempo para decir lo que piensan en los instantes que les concede la televisión, siempre pobres, siempre pocos. No se lleva su oratoria. Se lleva el guiño, la simpatía, una cosa que llaman la farándula. Aquí le habrían hecho entrevistas en "CQC" y sería portada de periódicos populistas que sólo están interesados en la diversión de la ciudadanía. No hay libros para todos. No hay nada parecido a lo que fue Quimantú, los libros son caros y escasos. El tiempo está tomado por los celulares y el internet. Todo es muy rápido y hasta el ocio es un negocio. La televisión pautea la vida. Quizá lo invitarían a "Tolerancia cero" y serían duros con usted como casi no se usa.
Afuera hay protestas, como en sus tiempos, los camioneros, los estudiantes, el pueblo mapuche. No tienen la resonancia de antes. No hay en el aire la sensación de una revolución inminente. Más bien el cambio es de color de pelo, o de ropa usada, o de disco de moda. Por eso el orador, el gran orador, no tiene sitio. Y menos el romántico utópico. Todo es tan práctico, tan tecnocrático. A ratos eficiente, y se agradece, y cuando no lo es, la gente reclama. Y mucho. Para ser chilenos, esos que usted llamaba los habitantes de un país notarial, casi en exceso.
Lo echamos de menos igual. En el Senado, su estilo, su prosapia, su verbo. Lo silbarían muchos de los que estuvieron en el Gobierno militar, lo aplaudirían hasta los díscolos. Sería extraña su reaparición como senador vitalicio. O como senador fallecido ilustre. Quizá debería reformarse la Constitución y deberían participar algunos espíritus ilustres por votación popular. Y usted, Doctor Allende, sabría mucho más. La experiencia de los muertos no conoce barreras. Seguramente sería más contenido, apasionado pero terriblemente realista. Aun así, sería bueno verlo llegar, de terno, en guayabera, como se le ocurriese. Lo esperamos, Doctor, que los muertos tienen mucho que decirnos a los que nos hacemos los vivos.

Nota de la Redacción: Esta columna formó parte de un gran reportaje publicado en el suplemento cultural del diario La Nación de Chile, el pasado 15 de junio, con motivo de cumplirse, el próximo 26 de junio, 100 años del Natalicio de Salvador Allende Gossens, fallecido el 11 de septiembre de 1973, fecha del golpe militar que derrocó el gobierno democrático de la Unidad Popular. Fue escrita por el dramaturgo y siquiatra, Marco Antonio de la Parra.

miércoles, 4 de junio de 2008

¡Salud! ¡Ever Forever!


Everton conquistó la cuarta estrella de su historia al vencer a Colo Colo por 3 goles a 0, en el segundo partido final. El primero, disputado en Santiago, había sido para el elenco albo (2-0), lo que le da más valor a la hazaña del cuadro de Viña del Mar, flamante campeón del Torneo de Apertura 2008 del Fútbol profesional chileno. Doble mérito, ya que no sólo se le ganó al equipo más popular y el más poderoso del país, que venía de obtener cuatro cetros en forma continuada. También se rompió aquel designio que afecta a los equipos de provincias, cuyo camino al éxito se hace más difícil que a los capitalinos debido al absurdo centralismo que impera en Chile, que afecta a los centros de poder y a los medios de comunicación. No me extrañaría leer y/o escuchar que Colo Colo perdió el pentacampeonato en lugar de que Everton ganó su cuarta corona.

El cetro que acaba de ceñirse Everton es más que un simple título. Tiene un significado especial para aquellos que llevamos el “oro y cielo” en los genes, ya sea por asuntos de familia, por determinismo regional o por una vocación de apego al buen fútbol. Esto último, porque, salvo en las últimas dos décadas, había una tradición en el “ever forever”. Esta era que cualquiera fuese su posición en la tabla, siempre conservaba una línea futbolística que priorizaba la estética sobre el pragmatismo; el talento por sobre el utilitarismo; el espectáculo por sobre la necesidad de ganar.

Everton es Viña del Mar. No podría ser de otra manera. Su fútbol “empata” con sus playas, sus avenidas, con la Quinta Vergara, con el Estero Marga Marga, con las viejas victorias, con el Reloj de Flores, con el Cap Ducal, el Castillo Wulff y el Jardin Botánico. Se pasea por la Avenida Perú, va los domingos a la Plaza y termina tomando el aperitivo en el Samoiedo.

Mi padre, Carlos Olivares Vásquez, fue testigo de las gestas de 1950 y 1952, cuando los “guata amarillas” tenían un equipo –dirigido por Martin García y liderado por René Meléndez- comparable con los de Colo Colo ´73 y ´91 y con el Ballet Azul de los ´60. Mi progenitor, de quien heredé mi apego a los “oro y cielo” se jactaba de ser socio accionista del “Ever forever”. Después del título del '52 escribió una cueca dedicada al club, que formaba parte del repertorio del conjunto “Fiesta Linda”, con la inconfundible voz de Carmen Ruiz, el inolvidable Luis Bahamonde, además del guitarrista viñamarino –ahora en Estados Unidos- Ricardo Acevedo. En aquellos tiempos los homenajes se hacían al ritmo de cuecas y tonadas y “La Rueda”, “La Cabaña”, Las Tinajas y “El Rancho Criollo” eran locales en donde el folklore mostraba a sus mejores cultores.

Yo apenas asomaba a la vida, pero más tarde comencé a ser “abonado” a “El Tranque” (así se llamaba El Sausalito antes de que el capricho de un alcalde uniformado le cambiara nombre). Alcancé a ver las últimas voladas de Carlos Espinoza y los albores de Rómulo Betta, Rodolfo Leal, el “canciller” Martínez , Alcaíno, Ricardo Contreras, Adison Aguilar y tantos otros. Disfrute con las diabluras de Máximo Rolón, la pachorra de Víctor Figueredo; el coraje del “Lolo” González; la picardía de José Giarrizo (hizo 6 goles en un partido, ante Audax Italiano, si no me equivoco…estoy a miles de kilómetros de mis archivos). Vi al entonces joven Eladio Rojas, quien al igual que Manuel “Negro” Rojas comenzó como centrodelantero, para después reubicarse en el mediocampo. Era yo un mocete cuando trataba de imitar las voladas de Aguilar en el pórtico de mi Liceo, memorizaba las jugadas de Pedro-Pedro Arancibia; trataba de meter los goles de izquierda con tiros cruzados que acostumbraba a convertir Leonardo Véliz y, en vano, trataba de emular la certeza frente al arco del goleador Daniel Escudero. Recuerdo a mediados de los ´60 una de las grandes delanteras que tuvo Everton: Arancibia, Rojas, Escudero, Begorre y Véliz (En esos tiempos las crónicas daban las formaciones como si los equipos jugaran con cinco delanteros, pero tanto Rojas como Begorre partían de más atrás).

1976, año del tercer título, estuvo lleno de emociones. Yo trabajaba para la Agencia Orbe como Editor de Deportes. Me autodesigné para informar de las definiciones contra Unión Española. No fue un gran problema sacarme la camiseta y vestirme de periodista neutral. Lo logré, pues se trata de un ejercicio que deben practicar muchos reporteros que “tienen su corazoncito”. No se olviden que el gran Julio Martínez era un hincha ilustre de Unión Española. No escondía mi admiración por ese gran mediocampista, quizás uno de los mejores futbolistas que haya dado Viña del Mar: Guillermo “Chicomito” Martínez, a quien las huestes ruleteras todavía veneran (veneramos, mejor dicho).

Este cuarto título me sorprende a miles de kilómetros de Viña. Estaba trabajando mientras Everton goleaba a Colo Colo. Como me encontraba en una oficina, me tuve que conformar sólo con el “marcador virtual” de Radio Cooperativa. Ni pensar en poner el audio, ya que habría espantado a los clientes, quienes no habrían entendido nada (vivo y trabajo en Estados Unidos…por el momento). Imagínense, seguir el partido viendo letras y números sin la emoción del relato de mi amigo Hanz y sin nadie a quien poder abrazar cuando el encuentro se dio por finalizado. En este momento estoy celebrando solo acompañado de una copa de Cavernet Sauvignon (chileno, por supuesto..) No acostumbro a beber, pero la ocasión lo amerita.

¡Salud!

¡Ever forever!
(La foto que encabeza este artículo corresponde al equipo campeón de 1976.)