miércoles, 6 de julio de 2022

El Cartero llama a Marcos Castañeda

 Conversamos con Marcos Castañeda, creador y conductor del programa TESTIMONIOS de Radios Nuevo Mundo y Chile FM (Internet), además de otros icónicos espacios como SIN FRONTERAS. Castañeda es una figura de la Radiotelefonía chilena y sus programas son conocidos internacionalmente.

He aquí el enlace

https://www.youtube.com/watch?v=Q20rntvagwQ&t=5s


miércoles, 22 de junio de 2022

El Cartero Llama a...Sergio "Pirincho" Cárcamo

EL CARTERO LLAMA A…programa de conversación libre con personajes que hacen historia, presenta a Sergio "Pirincho" Cárcamo, figura clave de la radiotelefonía chilena en relación a la música rockera y popular.

Cárcamo conducía el programa "Midnight special" y trabajaba en radio Rock and Pop y en televisión. Hoy tiene un programa en radio ADN .

Disfruten de la conversación con los periodistas Roberto Mario Gasc y Ernesto Olivares Perke y este personaje icónico de la radiotelefonía chilena.

He aqupi el link para youtube

 https://www.youtube.com/watch?v=-SSu9dTCXDo&t=499s

jueves, 9 de junio de 2022

EL CARTERO LLAMA A ...VLADIMIRO MIMICA

En el siguiente link tendrán acceso a la conversación con Vladimiro Mimica, ex relator deportivo y ex alcalde de Punta Arenas, quien recuerda sus comienzos en la radiotelefonía, habla de su amistad con Salvador Allende y Gabriel Boric y narra pormenores de su detención en el Estadio Nacional en donde sufrió malos tratos y torturas.

https://www.youtube.com/watch?v=QpsmrdVamoo&t=206s

Cópienlo y usen su navegador para abrirlo.






 

domingo, 16 de agosto de 2020

¡EFORÉ! Ya está en Amazon

 

      

   Ya se encuentra disponible en Amazon (Tienda Kindle, libros en español) la versión ebook de ¡EFORÉ! (Breves memorias adolescentes de un hincha evertoniano-porteño-viñamarino). El libro está integrado por una serie de narraciones que el autor circunscribe a su infancia y adolescencia en los años 60 y que están ligadas a su club de fútbol favorito, Everton, y a las ciudades de Viña del Mar y Valparaíso y que nos llevan de la mano por el camino del recuerdo nostálgico.

Mientras el mundo se convulsionaba con la Guerra Fría, la rebelión estudiantil, la liberación sexual o el conflicto en Vietnam, había jóvenes que vivían en su propio mundo, mágico y fantástico, ajenos a los avatares sociales que producían cambios profundos.

Ellos tenían sus propios modelos a imitar: futbolistas y cantantes populares; estallaban de alegría en el estadio con los goles de Eladio Rojas, Rómulo Betta, Daniel Escudero o Pedro Arancibia; desafiaban a las olas del Océano Pacífico; paseaban como príncipes por las calles de la ciudad-jardín o por los rincones del Puerto y entonaban canciones de Elvis Presley, Paul Anka o Los Platters.

Ernesto Olivares Perke (1948) es periodista titulado (Universidad de Chile) y pertenece a la Generación del 67 de la que forman parte profesionales como Mónica González, José Gai (Malatesta), Ítalo Pasalacqua, Sergio Antonio Jerez, Rigoberto Carvajal, Omar Sepúlveda y Erasmo López, entre otros. 

 

Trabajó en la Editorial Lord Cochrane (revistas Mampato y El Musiquero), en la Agencia Orbe, El Mercurio, La Tercera y en otros medios escritos y radiales.

También se desempeñó en la oficina de comunicaciones de la Planta Automotriz de Casablanca durante el gobierno de la Unidad Popular. 

 

Con EFORÉ, Olivares debuta en el terreno literario-periodístico, aunque ya había tenido un romance con las letras cuando obtuvo menciones honrosas con sendos cuentos en concursos de la revista Paula y en otro certamen organizado por Editorial San Pablo, la Universidad Mayor y la Pastoral Social Caritas.

 

La edición impresa está pronto a aparecer y se avisará oportunamente a los lectores interesados el sistema de distribución y ventas. Mientras, pueden hacer sus reservas en el email olivaresperke@gmail.com.

 

 

 

domingo, 18 de marzo de 2018

El amor en la huelga del carbón


 Por Freddys Pradena, desde Zaragoza, España

En Octubre de 1947, bajo el infausto gobierno de Gabriel González Videla, se produjo en Chile una de las huelgas más trascendentales de la lucha obrera. En pleno auge de las máquinas a vapor, las compañías de explotación del carbón pagaban a sus trabajadores en fichas que servían para comprar víveres en la pulpería que era propiedad de la misma empresa. Aquél era uno de muchos abusos en contra de los obreros.
 Los mineros, exhortados por el Partido Comunista, comenzaron a organizarse.
 Iniciaron entonces una larga huelga reclamando, además de un sueldo en dinero, reivindicaciones elementales. Entre otras cosas, exigían el “derecho a ducha”, es decir permitirse un baño antes de irse a casa. El gobierno calificó  la huelga de ilegal, sediciosa y criminal. Encarceló a dirigentes sindicales, y desaforo a parlamentarios, entre ellos al diputado del Partido Comunista Pablo Neruda.
Al no ser atendidas, las demandas comenzaron a ser violentas, ante tal amenaza González Videla decretó la Ley de Seguridad Interior del Estado. Eso significaba militarizar la zona y llevar las fuerzas armadas al lugar del litigio.
La Marina no fue la excepción. Parte de la flota que se encontraba de maniobras en el sur, se fue a la bahía de Lota. En uno de esos buques estaba el cabo primero Luis Armando Pradena.
María Matilde de Pradena escuchó por la radio la noticia y ajena a la gravedad del conflicto vio la posibilidad de encontrase con su marido que no veía en meses. Sin avisar ni consultarlo con nadie, de madrugada se dirigió en tren al pueblo minero.
Las peripecias por llegar al muelle fueron muchas, porque todo estaba colapsado. Un par de veces la pararon los militares y otras los piquetes huelguistas. Para ambos bandos les resultaría insólito ver una muchacha sola en ese ambiente prebélico. Tuvo suerte, el buque que buscaba estaba atracado al largo muelle. Y más suerte todavía, que la guardia militar a la entrada la dejara pasar, aunque tuvo que dar muchas explicaciones de tan inoportuna visita.
Ver caminar a una muchacha esbelta a la que la brisa marina movía su vestido y dejaba ver unas bonitas piernas, fue rápidamente un aviso para los marineros de los buques mercantes y de guerra, quienes asomados a la borda, le gritaban los más encendidos piropos.
En el portalón del destructor repitió por enésima vez su petición.
El cabo primero Luis Armando Pradena estaba en su hamaca cuando le avisaron que tenía visita. Su asombro no tuvo límites cuando la vio a su joven esposa. El capitán del buque con tanto alboroto ya se había enterado de la situación. 
-Pido permiso mi capitán para conversar con mi esposa.
-Tiene permiso una hora, marinero. Pero llévesela lejos de aquí. Le bramó.
Un beso de prisa entre aplausos y silbidos fue el saludo, dejando pendiente la pregunta:
-¿Qué diablos haces aquí?
Salir fue otra odisea. Pero lograron llegar a la estación. El único tren a Concepción salía al atardecer. Podrían ir a conocer el hermoso parque de la ciudad, palacio y jardín herencia del magnate del carbón,  pero no era el día apropiado y el amor apremiaba.  
Enfrente de la estación, un letrero que fue como una aparición milagrosa.
La aventura ya no les parecía tan disparatada. No hubo más reproches.
Mientras el amor en la habitación del modesto hotel era un canto a la vida, a la entrada de una mina comenzaba un enfrentamiento de mineros con militares que dejaría varios muertos.
Ella en un mar de lágrimas se quedó en la estación en espera del último tren y el marinero regresó a su buque.
-Preséntese de inmediato al capitán-, le ordenaron.
-Marinero, tiene usted una esposa muy bonita.
-Gracia, mi capitán.
-¡Y tiene un arresto de un mes, porque sólo tenía una hora de permiso!
-Gracias, mi capitán-, contestó sonriente el cabo primero torpedista Luis Armando Pradena.

“Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas, que estas cosas no duran toda la vida”
                                                      (El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez)

sábado, 20 de enero de 2018

La Muchacha de la Maleta

 (Por Fredys Pradena, desde Zaragoza, España)

            Con 20 años de edad, a pocos meses de casarse y sin experiencia, María Matilde tuvo que hacer su primer largo viaje sola. Debía trasladarse desde el puerto de Talcahuano hasta Valparaíso. Allí se encontraría con su futuro su marido a quien no veía hacía varios meses.
A principio de los años 40, el único medio era el ferrocarril. El “nocturno” salía de Concepción a última hora de la noche y llegaba a Santiago al día siguiente, a media mañana. Una vez en la capital, debía trasladarse en taxi desde la Estación Central hasta Mapocho, desde donde iniciaría el viaje a Valparaíso. Aunque esa noche la pasaría en la gran ciudad.
               Me imagino una hermosa muchacha rubia, grácil, de lindas piernas, tal como aparece en las fotos de entonces, corriendo por los andenes con su maleta, nerviosa y apurada. El destino la había conducido a casarse con un marinero y éste podía parar por períodos de algunos meses en cualquier puerto del país. El amor no podía esperar tanto, así que había que sacrificarse e ir al ansiado encuentro.
Unos tíos que vivían en la capital, sabían de su paso y la fueron a recoger. Era un matrimonio algo mayor.Él, un hombre bonachón  era hermano del tío Carlos, rico empresario casado con una hermana del marinero. Pernoctó esa noche en su casa y al otro día él la fue a dejar a la Estación Mapocho.
En ese entonces, por lo menos en clase turista, no había reservas de asientos. Por lo tanto había que esperar en el andén a que el tren se pusiera en el sitio y abordarlo con rapidez. Quienes subían primero podían elegir sus asientos, es decir ese privilegio estaba reservado para los más fuertes.
Apenas entró el tren retrocediendo en la estación, los pasajeros en el andén lógicamente nerviosos empezaron a mover sus cosas. Don Julián, - así se llamaba el tío santiaguinos-, experimentado en esas lides, comenzó a gritar:
-¡Suelta la maleta vieja concha tu madre!
Había cogido una maleta y  estaba peleando con una señora que también la reclamaba como suya.

Con el alboroto, María Matilde había tomado su maleta que había estado llevando solícito el tío Julian.
-Tío le dijo, mi maleta es ésta.
Sin disculparse siquiera, soltó la maleta de la señora y se dispuso a la proeza de subir dando todos los codazos y empujones que hicieran falta y encontrarle un buen asiento a su hermosa sobrina.
Efectivamente así sucedió. Cuando la joven logró subir, el tío Julián, triunfante, le gritó en donde la había colocado.
Ya instalados  el hombre, todavía  sudoroso y excitado, le empezó a contar a viva voz lo sucedido:
-¡Vaya vieja de mierda, no quería soltar la maleta!.
-¡Vieja concha de su madre con qué fuerza tiraba….!
María Matilde, con sus preciosos ojos azules, le indicó con un gesto que mirara al asiento de enfrente. Ahí, por esas casualidades de la vida,  se había sentado la mujer, que le miraban con algo más que odio.
(F.P.)



 

lunes, 5 de diciembre de 2016

Sausalito:


Cuando el progreso
nos rompe el alma

(Primer capítulo)


-La construcción del nuevo estadio del Everton era inevitable y necesaria. Nadie se puede negar al devenir del progreso. Generalmente se trata de un camino hacia el desarrollo. Pero la demolición del ex El Tranque no destruyó los atesorados recuerdos de la infancia, adolescencia y de la temprana adultez. Sus graderías se constituyeron en mi segunda casa y desde ellas se afianzó mi genética devoción por el “oro y cielo”.


Conocí de los títulos de 1950 y de 1952 a través de viejas publicaciones -especialmente de la revista Estadio- y por los relatos de mi padre, quien se jactaba de ser “socio accionista” del club. Entre el desorden de mi archivo se encuentra un viejo carnet que lo acreditaba como tal. El campeonato de 1976 lo viví desde la tribuna imparcial del periodismo deportivo que le puso frustrante atajo a los festejos haciéndome poner los pies sobre la Tierra y la neutralidad. El 2008 me sorprendió lejos de la Patria, específicamente en Estados Unidos, siguiendo en soledad el partido final ante Colo Colo por Internet a través del “minuto a minuto” de Radio Cooperativa.

Nunca pude disfrutar y festejar la obtención de un título a corazón abierto.

Sin embargo mi mejor época de hincha activoy seguidor fervientede los colores del Eforé, paradojalmente, fueron aquellos años en que el equipo no encandilaba y siempre andaba en la medianía de la tabla, eso sí, sin abandonar su tradición de buen fútbol y devoto apego al espectáculo. Había tácitamente un compromiso de jugar bonito, como para seguirle los pasos floridos a la Ciudad-Jardín. Me refiero a los últimos años de los cincuenta, a los sesentas y principios de los 70, coincidiendo con las etapas de infante, adolescente y adulto joven, estados de la vida en que el corazón late más fuerte.

Y el Sausalito, entonces, era mi segundo hogar.

Mis primeros recuerdos corresponden a vagas imágenes del triunfo sobre Colo Colo (me parece que fue 3-0) y que le permitió a Wanderers, gracias también a su empate en Rancagua, obtener el título de 1957-58. Eran aquellos años en que la rivalidad con los vecinos verdes era sólo deportiva y no llegaba a la ridícula e inexplicable violencia entre hinchas que se da actualmente.
Llegan a mi memoria las imágenes de muchos jugadores, quienes quizás no eran los mejores del medio futbolístico nacional, pero eran los nuestros y como tales, estaban por sobre los demás.

Al legendario René Orlando Meléndez Brito lo vi en un par de partidos defendiendo a Unión La Calera en el ocaso de su carrera. Obviamente no era el mismo de los años cincuenta, pero demostraba de alguna manera su talento. Hay una historia que quizás haya sido exagerada con el correr de los años y fue aquella en la que Meléndez le arrebató la pelota al meta Juan Olivares (en ese tiempo el golero defendía a Wandereres) y anotó. Entones los arqueros le daban botes a la pelota antes de rechazar y Olivares se las dio de canchero ante el experimentado delantero que fue más despierto. El error de Olivares generó después las reprimendas del zaguero internacional wanderino Raúl Sánchez y las malas lenguas aseguran que hasta hubo golpes.
La última vez que pude apreciar el todavía presente talento de Meléndez fue en partidos preliminares defendiendo al equipo reserva a mediados de los sesentas. El ídolo había sido contratado para transmitir su experiencia a las figuras jóvenes emergentes del Oro y Cielo. 
Al emigrar, Meléndez tuvo buenos reemplazantes que, sin estar a su altura, no destiñeron. Recuerdo a dos: Carlos Verdejo y el paraguayo Máximo Rolón, Éste, me parece, llegó con un compatriota: Víctor Figueredo, un recio y elegante defensa central que demostraba siempre su pachorra, tanto en sus aciertos, como en sus errores. Rolón se avecindó en Viña del Mar y tenía una paquetería en la calle Quinta, al lado de la tienda de Jeans “Rumel” (Pecos Bill les llamábamos en aquellos días a ese tipo de vestimenta). Entiendo que después de algunos años regresó a su natal Paraguay.
Otro delantero que viene a mi memoria es el argentino José Giarrizo. Llegó de San Lorenzo de Almagro y convirtió muchos goles. Durante años mantuvo el record de anotaciones en un partido (seis al Audax Italiano) junto a otros dos jugadores, hasta que el 93 Lukas Tudor anotara siete en el 8-3 sobre Antofagasta. La víctima fue el portero Marco Cornez.
Recuerdo otros centrodelanteros de esos años que intentaron seguir la huella de Meléndez. Uno fue Héctor “Chiche” Molina. Me parece que era argentino. Marcelo Espina, cuando jugaba por Colo Colo, me contó que tuvo un profesor con ese nombre en las divisiones menores de su club, en Argentina. Otro fue Adolfo “Cuchi-Cuchi” Olivares, quien más tarde emigró a Universidad de Chile como uno de los intentos azules para reemplazar a Carlos Campos. Le vi convertir muchos goles, especialmente en aquellos inolvidables torneos internacionales de verano que se disputaban en el Estadio Nacional.

Pero quien me marcó y se ganó la etiqueta de ídolo, fue el artillero Daniel Escudero, goleador del torneo 67. No era un cabeceador; no pasaba el metro 73, pero aniquilaba a las defensas rivales con disparos con ambas piernas y aprovechaba con talento y oportunismo las asistencias de dos de los mejores punteros que he visto: Pedro Arancibia, por la derecha, y Leonardo Véliz, por la izquierda.

E.O.P.
(Continuará) (Próximo capítulo: Hablando de porteros)