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(Por Fredys Pradena, desde Zaragoza, España)
Con 20 años de edad, a pocos meses de
casarse y sin experiencia, María Matilde tuvo que hacer su primer largo
viaje sola. Debía trasladarse desde el puerto de Talcahuano hasta Valparaíso.
Allí se encontraría con su futuro su marido a quien no veía hacía varios meses.
A principio de los años 40, el único
medio era el ferrocarril. El “nocturno” salía de Concepción a última hora de la
noche y llegaba a Santiago al día siguiente, a media mañana. Una vez en la
capital, debía trasladarse en taxi desde la Estación Central hasta Mapocho,
desde donde iniciaría el viaje a Valparaíso. Aunque esa noche la pasaría en la
gran ciudad.
Me imagino una
hermosa muchacha rubia, grácil, de lindas piernas, tal como aparece en las
fotos de entonces, corriendo por los andenes con su maleta, nerviosa y apurada.
El destino la había conducido a casarse con un marinero y éste podía parar por
períodos de algunos meses en cualquier puerto del país. El amor no podía
esperar tanto, así que había que sacrificarse e ir al ansiado encuentro.
Unos tíos que vivían en la capital, sabían
de su paso y la fueron a recoger. Era un matrimonio algo mayor.Él, un hombre
bonachón era hermano del tío Carlos,
rico empresario casado con una hermana del marinero. Pernoctó esa noche en su
casa y al otro día él la fue a dejar a la Estación Mapocho.
En ese entonces, por lo menos en clase
turista, no había reservas de asientos. Por lo tanto había que esperar en el
andén a que el tren se pusiera en el sitio y abordarlo con rapidez. Quienes
subían primero podían elegir sus asientos, es decir ese privilegio estaba
reservado para los más fuertes.
Apenas entró el tren retrocediendo en
la estación, los pasajeros en el andén lógicamente nerviosos empezaron a mover
sus cosas. Don Julián, - así se llamaba el tío santiaguinos-, experimentado en
esas lides, comenzó a gritar:
-¡Suelta la maleta vieja concha tu
madre!
Había cogido una maleta y estaba peleando con una señora que también la
reclamaba como suya.
Con el alboroto, María Matilde había tomado
su maleta que había estado llevando solícito el tío Julian.
-Tío le dijo, mi maleta es ésta.
Sin disculparse siquiera, soltó la
maleta de la señora y se dispuso a la proeza de subir dando todos los codazos y
empujones que hicieran falta y encontrarle un buen asiento a su hermosa
sobrina.
Efectivamente así sucedió. Cuando la
joven logró subir, el tío Julián, triunfante, le gritó en donde la había
colocado.
Ya instalados el hombre, todavía
sudoroso y excitado, le empezó a contar a viva voz lo sucedido:
-¡Vaya vieja de mierda, no quería
soltar la maleta!.
-¡Vieja concha de su madre con qué
fuerza tiraba….!
María Matilde, con sus preciosos ojos
azules, le indicó con un gesto que mirara al asiento de enfrente. Ahí, por esas
casualidades de la vida, se había
sentado la mujer, que le miraban con algo más que odio.
(F.P.)
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