La contratación del afamado entrenador argentino Marcelo Bielsa –a quien admiro y respeto- para dirigir a la Selección Adulta de Fútbol de Chile con miras a las eliminatorias del próximo Campeonato Mundial de balompié, es otra muestra de nuestro ya endémico subdesarrollo deportivo y mental. Creer que por su condición de extranjero, por contar con un extenso currículum y mantener un bien ganado prestigio como un gran profesional, un excelente organizador, un estudioso profundo y un disciplinado trabajador, se asegurará la clasificación y se removerán los cimientos de nuestro venido a menos deporte rey constituye, en mi modesta opinión de observador, una garrafal y económicamente costosa equivocación.
Sin ánimo de crear animadversión por la presencia de Bielsa al mando de la Selección de Chile, pues él no lo merece, ya que ostenta una brillante trayectoria (con victorias y fracasos incluidos), hay que convenir en que si el objetivo es clasificar para el Mundial, había candidatos en casa con tantos o más méritos que el transandino. Una muestra: José Sulantay, quien clasificó a la Selección Sub-20 para el Mundial de Canadá y en ese torneo logró el tercer lugar. Otro nombre: Raúl Toro, quien ha logrado posicionar al otrora débil Audax Italiano en un nivel insospechado. Otro más: Claudio Borghi, quien ha desarrollado una labor interesante en Colo Colo (ha ganado tres campeonatos locales seguidos).
Si el objetivo es estimular una suerte de mejor organización del fútbol chileno el nombre de Arturo Salah es indiscutido. El ex entrenador de Huachipato, ahora a cargo de Universidad de Chile, creó las condiciones en Colo Colo para que después, bajo la batuta de Mirko Jozic, el elenco popular lograra el título máximo en el Torneo Copa Libertadores de América 1991. Más tarde reestructuró las bases de Universidad de Chile, la que logró dos títulos consecutivos. Salah hizo lo propio en Cobreloa y Huachipato y, al igual que Manuel Pellegrini (despreciado en Chile y aclamado en Europa), cuenta con una formación académica, dada su condición de ingeniero.
Chile clasificó para el Mundial de Francia con Nelson Acosta a cargo. Pero no olvidemos que en el puntaje final “La Roja” quedó a la par con Perú y sólo ganó el derecho a asistir al torneo gracias a su mejor diferencia de gol, dadas las inspiradas actuaciones de Iván Zamorano y Marcelo Salas. En ese Mundial Chile pasó a la segunda ronda. Acosta se jactó de haberle cambiado el rostro al fútbol chileno (¿?), pero no se ganó ni un partido.
Entre paréntesis, hay que repetir en que Chile no ha ganado un solo partido en un Mundial desde aquel 1-0 sobre Yugoslavia en el Mundial de 1962 celebrado en nuestro país. En esa ocasión el dueño de casa venció a cuatro selecciones europeas en 10 días (Suiza, Italia, Unión Soviética y Yugoslavia). Las nuevas generaciones afirman que quienes peinamos canas (y tal vez la muñeca) vivimos de los recuerdos. Pero los jóvenes reporteros deportivos (llámese sabandas) deben reconocer que ningún equipo chileno ha sido capaz de repetir esa actuación. Aunque parezca increíble, la última vez que se ganó en un Mundial fuera de Chile fue en 1950 (en Brasil), con una goleada sobre el inexperto Estados Unidos.
Pagar más de 100 mil dólares al mes, basados en la esperanza de una clasificación, o de una supuesta “revolución” en el fútbol chileno es perder dinero y tiempo. Los resultados inmediatos no necesariamente reflejan el verdadero nivel del deporte. Ir a un Mundial sin trabajar en las raíces y en las estructuras, es seguir en el subdesarrollo. Y los focos del desarrollo están en los clubes, en los barrios, en los parques deportivos y en la formación de monitores. Se podrán obtener buenos resultados por una gestión temporal, o por el advenimiento de una buena generación de jugadores o por un “suertazo”. Pero esos serán sólo destellos fugaces. El verdadero desarrollo se construye sobre objetivos específicos, bases sólidas y conceptos claros. Y parece ser que el nivel directivo sigue dando palos de ciego.
Hace unos años el Colegio de Técnicos ofreció ayuda y orientó a la dirigencia sobre la creación de una Unidad Técnica Nacional pero ese aporte no fue lo suficientemente valorado. Parece ser que nuestro subdesarrollo nos sigue obligando a despreciar las capacidades internas e hipnotizando ante los estímulos que se encuentran más allá de nuestras fronteras.
Marcelo Bielsa puso ciertas condiciones para trabajar en Chile, las que inmediatamente fueron aceptadas por la dirigencia. No me cabe ninguna duda de que si un técnico local hubiese exigido lo mismo, le habrían dicho que sus exigencias eran “desmedidas”.
La dialéctica del técnico transandino es convincente y elocuente. Cuenta con un excelente vocabulario para definir en forma brillante lo que todos saben. La diferencia entre las trayectorias de Bielsa y de nuestros profesionales locales no se encuentra necesariamente en las capacidades personales. Las diferencias hay que buscarlas en la materia prima con que unos y otros trabajan. Indiscutiblemente los futbolistas argentinos a nivel de selección (salvo algunas excepciones), poseen un mayor talento futbolístico y una potencia física y sicológica superiores, ingredientes básicos de un deportista de elite.
Habría que preguntarse: ¿Qué pasaría con un técnico chileno trabajando con argentinos? Manuel Pellegrini ya dio la respuesta: Fue campeón en el vecino país…
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