Lo llora todo Chile.
Lo llora la Concertación y la Alianza hasta se olvidó de sus críticas al Transantiago y de su artillería contra el Gobierno para sacar sus pañuelos y enjugar sus lágrimas. Lo lloran todos los deportistas, los ecologistas, los redactores, reporteros y sabandijas, los ex deportistas, los futuros deportistas, las lavanderas, empleadas, ingenieros, pokemones, flaites, guachacas, “El Huaso Peregrino”, la Marlene Olivari, el cura Hasbún y hasta el loco de los carteles.
Pero también lo están llorando los fariseos.
Sí, también lo lloran aquellos que lo borraron de la Corporación de Televisión de la Universidad Católica. “Se equivocaba mucho con los goles y los nombres de los jugadores”, manifestó uno de sus jóvenes reemplazantes. También se argumentó que la pantalla requería de rostros más “frescos”.
También lo lloran los que de una plumada, aunque parezca irónico, decidieron terminar con su columna en el diario “Las Ultimas Noticias”, de la cadena “El Mercurio”, rompiendo con una tradición de casi 50 años. “Hay que ir de la mano con las leyes del mercado periodístico” debe haber argumentado algún ingeniero comercial a cargo del que ahora es un negocio y no un servicio público.
También lo lloran los que le dieron “el sobre azul” (llámese despido) en la Radio Agricultura, pues había que darle tribuna a profesionales más confrontacionales.
También lo llora un sector de las nuevas generaciones de reporteros, que se mofaba de su estilo por considerarlo “arcaico”, “sensiblero” “pasado de moda” y “no comprometido”. “No se la juega”, fue una de las frases que frecuentemente escuché en más de alguna sala de redacción.
Lo lloran también quienes lo sacaron de la Teletón, pues sus discursos restaban protagonismo y estelaridad a otros comunicadores. Y así es que su figura fue sustituida por comunicadores de cartón piedra.
Seguramente ahora se pelearán por ocupar su lugar en la tribuna de prensa del Santa Laura o del Nacional; se vanagloriarán de haber disfrutado de su amistad; contarán anécdotas inventadas; escribirán columnas y más de alguno se atreverá a publicar un libro que posiblemente titulará “Mi amigo, JM”.
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