QUANTUM OF SOLACE
Por Felipe Berríos
Publicada en el diario El Mercurio de Santiago de Chile
Los días pasan con una calma nocturna hasta veinte minutos después de la puesta de sol. Entonces comienza el intenso ritmo de la rutina científica de los astrónomos que miran y estudian el universo en el observatorio Paranal, en el norte de Chile. Pero esa calma diurna se vio interrumpida por el ajetreo de gente extraña al quehacer científico y a los habituales pequeños grupos de visitantes. Previo a los permisos correspondientes, una horda de gente ligada al cine irrumpió para realizar el rodaje de una película. Se trataba de la filmación de Quantum of solace, cinta de la famosa saga de James Bond. Algunas de las tomas de este filme tenían como escenario el norte de Chile. Los parajes del desierto chileno en la ficción de la película correspondían a Bolivia, donde se planeaba un golpe de Estado. El actor que encarna a Bond justificó que parte de la filmación se situara en nuestro país argumentando: “Esto de verdad no existe en ningún otro lugar del planeta”. Tenía razón: nuestro país ofrece lugares únicos para recrear todo tipo de ambientes especiales para una película de ese tipo.
Pero podría haber otra razón para escoger a Chile como contexto para una película de un agente secreto. Más allá de los paisajes sugerentes, nuestro país fue por años el triste escenario donde no en ficción, sino que de verdad, actuaron agentes secretos. Estos funcionarios, al igual que James Bond, eran agentes encubiertos del Estado y que también poseían “licencia para matar”. La denominación “007” del agente británico es el cruel código secreto que otorga licencia para matar al amparo del Estado, pero con “discreción”. Semejantes a Bond, los agentes chilenos usaban códigos, nombres falsos, tenían tecnología y recursos para sus misiones, así como también se les advertía que si por alguna razón eran descubiertos sus jefes negarían toda vinculación con ellos. Tal vez destaca la diferencia que nuestros agentes no tenían el glamur que distingue a Bond y no seducían a las mujeres para sacarle información, sino que las torturaban y violaban. Pero los agentes criollos eran macabramente más completos que el agente británico, pues, junto a la licencia para matar, también se les permitía hacer desaparecer.
Todos quisiéramos dejar atrás esta sórdida y escalofriante etapa de nuestra historia que no fue la ficción de una película, sino una realidad tristemente amparada por el Estado y los tribunales de justicia. Como país nunca podremos superar estos hechos si no enfrentamos la verdad. Por eso duele que todavía haya chilenos que, basados en casos puntuales de sinvergüenzas que inventaron desaparecidos, pongan en duda la magnitud y la verdad de estos hechos, cuyos responsables han entorpecido la búsqueda de la verdad.
Que una película de James Bond se ambientara en Chile nos puede ayudar a recordar que en el país hubo muchos Bond con macabras licencias. No olvidar permitirá que esto no vuelva a pasar en nuestra patria, hará posible hacer justicia, como también perdonar, y podrá ser para los familiares de las víctimas “Un poquito de consuelo”, como se pudo haber traducido el título Quantum of solace.
Felipe Berríos
Nota de la Redacción:
Paradojalmente esta columna de opinión (escrita por el sacerdote jesuíta Felipe Berríos) fue publicada por el diario "El Mercurio", quizás en su afán de mostrar cierto grado de "pluralismo". Llama la atención, pues dicho medio de comunicación colaboró en el derrocamiento de un gobierno elegido por la ciudadanía y con la instauración de la dictadura militar, con todas sus secuelas de terror y muerte. Prensa-Abierta, al más puro espíritu de Drake, la ha "pirateado", pues vale la pena. Dicha columna demuestra que Pinochet y sus agentes, eran "hermanos de sangre" con el mítico James Bond, aunque éste -se supone- lucha contra "los malos". En cambio, la dictadura persiguió a quienes defendieron un gobierno democrático, a los desposeídos y explotados y a quienes denunciaban el crimen, la tortura y la alta corrupción.
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