sábado, 22 de septiembre de 2012

El 62 de Chomsky

Escrito por Cristóbal Bley

El autor de varios libros de fútbol chileno junto a Juan Cristóbal Guarello ahora se juega la personal: publicó hace poco Tómala, métete, remata (Ediciones B), una investigación que «le hace justicia al Mundial del 62». De la selección de Borghi, del fútbol de antes, de las sociedades anónimas y de nuestra identidad en este deporte —«somos como el mito de Sísifo, condenados a nunca alcanzar la cima»—, en un café junto a Luis Urrutia O’Nell. Regalamos ejemplares del libro entre quienes comenten.
***

Es miércoles, doce del día, y en el café Haití de Ahumada se habla de todas las cosas que se pueden hablar a media semana, al mediodía. Pero de entre todas esas voces de señores de otra época, tres palabras son las que resuenan:
Chile;
Colombia;
Y, sobre todo, Borghi.
La selección, el día anterior, había perdido su partido de las Eliminatorias ante el equipo de Falcao, Macnelly y James Rodríguez. Aunque la verdad es que perdido suena a poco. Chile ese partido lo desperdició, por largos momentos lo entregó y en ningún caso lo mereció ganar, ni siquiera empatar. Un 1-3 que pudo haber sido más amplio si no fuera por Claudio Bravo y la impericia de los delanteros colombianos —y que pudo haber carecido de cualquier esperanza si no fuera por el golazo aislado e inesperado de Matías Fernández.
Los viejos en el Haití hablan fuerte, algunos de negocios y la mayoría de la vida. Una vida para casi todos ya retirada pero siempre de traje y bigote, con la cartilla de los caballos bajo el brazo y una talla gentil para el camarada que se une a la conversación. El aroma a café hipnotiza y obliga a soltar palabras de la boca, a conversar y conversar y convencerse de que esa es la misión del hombre en la tierra, conversar con un café humeando en las narices.
Chile, Colombia, Borghi. Cada señor que se asoma dice esas tres palabras y saca sus conclusiones, que nunca son muy originales: el Bichi no trabajó en la semana, Vidal no es líbero ni nunca lo será, a Medel hay que llevarlo al sicólogo y, con un velo negro de viuda, que con Bielsa esto no hubiera pasado, porque con El Loco Chile perdió, sí, pero nunca salió humillado de una cancha.
—La cabeza de Chile, Borghi, está confundida —dice Luis Urrutia O’Nell, poco después de pedir su café cortado y echarle dos de azúcar—. Entonces todo lo demás viene como consecuencia. El tipo vive luchando contra el fantasma de Bielsa, y sin darse cuenta lo imita. Eso de taimarse y de castigar a los jugadores de la U, es lo mismo que hizo Bielsa. Una vez Bielsa, cuando ya el ego también lo empieza a traicionar, los devolvió de una gira que hizo por Asia. Todo lo que haga Borghi será en función de Bielsa. Y después, como quedó primero en la tabla, porque tenía un partido más que los otros rivales, la soberbia lo pierde, empieza a criticar a Sampaoli, a Pellegrini. Yo digo que casi todos los conflictos tienen que ver con dos temas que empiezan con E: ego y educación. Y a Borghi le sobra de uno y le falta del otro.
Luis Urrutia O’Nell, más conocido por su seudónimo Chomsky, fue Premio Nacional de Periodismo Deportivo en 2008. Es bajo y de barba cana; tiene lentes gruesos y un hablar pausado. Columnista de El Gráfico Chile y colaborador en La Cuarta, es autor, junto a Juan Cristóbal Guarello, de cinco libros sobre fútbol chileno. Su último trabajo, eso sí, lo escribió solo: Tómala, métete, remata (Ediciones B), una investigación que busca hacerle justicia al ya cincuentenario Mundial de 1962, desempolvando además el descuidado recuerdo de aquellos cracks que dejaron a Chile como tercero del mundo.
Pero el libro puede esperar. La derrota contra Colombia todavía está caliente y para Chomsky no fue un partido cualquiera. Fue un partido bisagra.
—La diferencia es que Bielsa trabajaba —dice, conteniendo su indignación y tratando de canalizarla en palabras—. El contraste es mayor con partidos como el de ayer. Chile con Bielsa imponía un trámite vertiginoso, que llegaba a ser monotemático. Metía al rival atrás y lo atacaba, lo atacaba, lo atacaba. Lo que intentó hacer Chile frente a Colombia fue un fútbol de la década del sesenta, lento, sin saber a lo que jugaba, improvisado, esperando a que las individualidades funcionen, con jugadores fuera de puesto.
¿Borghi planteó mal el partido?
—Isla, para mí, no tendría que haber jugado. Y después todo mal: en los cambios, a Junior Fernandes lo pone de lateral derecho, y uno tenía la idea de a Pinilla y a Pinto los pusieron por estatura, como tratando de intentar algo pero sin coherencia. Con Borghi, tú no sabes a lo que juega la selección. Los partidos que ganó Chile, fueron todos por actuaciones individuales. Y el resto, colectivamente fueron un desastre, como las dos goleadas con Argentina y Uruguay. No, para mí es preocupante. Muy preocupante. Yo creo que este partido tiene un efecto bisagra y lo más probable es que Chile no le gane ni a Ecuador ni a Argentina. Si sumas el partido con Colombia y la fecha libre, de doce puntos, Chile podría quedar en cero. Y ahí ya es una farra. Porque en una eliminatoria donde clasifican cinco y sin Brasil…
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En mayo de 2010, cuando faltaba poco para que comenzara el Mundial de Sudáfrica, apareció el libro 1962, el mito del Mundial chileno. Daniel Matamala, entonces conductor de Telenoche, fue su autor. La publicación no pasó desapercibida, no tanto por la calidad de su contenido como por lo polémica de su tesis: ese campeonato, que siempre fue descrito como el orgullo deportivo inigualable de nuestra escuálida historia, según Matamala fue el peor mundial de todos los tiempos. Los viejos baluartes saltaron todos de sus sillas y acusaron al periodista de desfachatado, de falso y de distorsionar la historia. Chomsky, que por esos días terminaba un libro sobre la clasificación a la Copa del 2010, sintió la responsabilidad y, aprovechando que este año se cumplen 50 de la “fiesta universal” que cantaban los Ramblers, se lanzó en su propia investigación sobre el Mundial. Una que buscó, sin vergüenza ni dobles lecturas, hacerle justicia al torneo organizado por Chile y, más aún, recordar con detalle a los héroes que consiguieron ese tercer puesto.
—¿Por qué con el tiempo se ha tratado de menospreciar esta gesta que usted, con el libro, trata de reivindicar?
—Según nuestros historiadores, Chile es un país chaquetero. Somos hijos de los españoles y la envidia es española. Y después la gente repite tonteras sin verificarlas. Hubo un libro desdichado por ahí, escrito por un corsario, que se apropió de cosas ajenas, y que tuvo una gran repercusión mediática. Hay un diario que le dedicó seis notas, incluyendo una portada, y la misma editorial le dio una difusión que no tuvo nuestro libro. Entonces fue un acto de justicia. Era imperativo poner los puntos en las íes: fue un mundial realizado después del mayor terremoto de la historia; fue un mundial que dejó utilidades; fue un mundial en una época en la que asistían las 16 mejores selecciones, no 32 como ahora. Y la campaña de Chile fue inobjetable. Enfrentó al que sería bicampeón del mundo, como Brasil; enfrentó a otros campeones del mundo, como Alemania e Italia; enfrentó y ganó a la Unión Soviética, en ese entonces vigente campeón de Europa; enfrentó y ganó a Yugoslavia, que era vigente medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Que no se reconozca eso, con una generación de jugadores donde a lo menos seis de ellos compiten por ser los mejores de todos los tiempos en sus puestos. Y eso por desconocimiento, porque no hay reconocimiento.
¿Esa falta de reconocimiento sucede en países más futbolizados?
—En un país con memoria futbolística (como Argentina, Brasil, Uruguay) no ocurriría eso jamás. Hay muchos de los mundialistas del 62 que podrían pasar por aquí por Ahumada y la gente no los reconocería. Yo he tenido la suerte de estar varias veces en Argentina, recorrer la bohemia, los boliches en Avellaneda y Buenos Aires, y de repente aparece un ex futbolista y todo el mundo de pie. Bochini, por ejemplo, cuando él sale, nunca se mete la mano al bolsillo: toda la gente lo invita. Lo invitan a cenar, a un café. Y esa admiración se va transmitiendo generacionalmente, y los reconocen los jóvenes y los niños, que no lo vieron jugar pero escucharon hablar a sus papás o a sus abuelos. Aquí no hay nada de eso, al contrario, muchas veces se dice cualquier tontería.
¿Tonterías como cuáles?
—Una vez me tocó escuchar a Marcelo Vega decir que en ese tiempo, comienzos de los sesenta, se jugaba a 10km/h. ¡Mira quién lo dice! ¡Marcelo Vega! Si lo dijera alguien que tuvo un gran estado atlético, como, no sé, Clarence Acuña, que jugó en Inglaterra, puede ser, ¡pero lo dice el Guatón Vega, y nadie lo contradice!
¿Y no es verdad que era más lento?
—Con esto de Internet, se pueden bajar completos cuatro de los seis partidos de la selección en ese mundial. Porque no es lo mismo ver un par de escenas del partido que el encuentro completo. Ahí tú puedes ver que hubo velocidad, hubo juego duro, hubo jugadas muy violentas. Nosotros con Guarello, en nuestras charlas, hemos dado partidos completos y le impresiona a la audiencia joven el nivel de agresividad. Era una época donde los jugadores eran bastante más varoniles que ahora. Nadie se daba vuelta en el campo después de una patada, nadie pedía camilla, nadie acusaba al árbitro para que echara al rival. No, los jugadores recibían y era de hombre aguantarse y no demostrar el dolor. A lo más el gallo se fijaba en quién le había pegado para después devolverle el golpe.
Pero ahora hay otra preparación física…
—Yo te digo: comparando a jugadores de hace 50 años, yo estoy seguro que Alexis Sánchez no le gana a Luis Eyzaguirre en velocidad. Te puedo poner otros casos. En ese plantel habían jugadores muy veloces, como Honorino Landa, Sergio Navarro, Jaime Ramírez. Cualquiera de ellos no desentonaría en la actualidad, con la diferencia que esa selección actuaba con una camiseta que era una verdadera lona, las medias eran de lana, los botines eran bototos con una suela de estoperoles. Bototos que pesaban, no sé, medio kilo. Compáralo con los botines de ahora, que pesan 100 gramos, son de piel de canguro, las camisetas permiten el traspaso del sudor. ¡El balón! El balón antes era más grande y más pesado, entonces los cañoneros como Leonel, ¡ahora serían ricos! Con estos balones que son más pequeños y más redondos, viborean más, hechos para que se produzcan más goles. Entonces: los que fueron grandes en esa época, hoy serían mucho más grandes.
¿Pero eso no podría ser interpretado como la clásica nostalgia de los mayores por el fútbol del pasado?
—No. Yo no quiero entrar en la vieja discusión de si fueron mejores los de antes o los de ahora. Yo lo único que te digo es que los de antes, en la actualidad, con toda la innovación, incluso reglamentaria, serían mucho más grandes. Antes no existían las amarillas ni las faltas de último recurso —que ahora son expulsión inmediata. Entonces, si Pelé tiene 1283 goles, en la actualidad haría el triple y la mayoría de sus marcadores durarían un tiempo, porque todos los que lo pararon a patadas ahora se irían expulsados. Pelé tenía que resistirlos, tenía que devolver los golpes. Él fracturó tibia y peroné a dos rivales, un brasileño y un alemán, fracturó nariz de un codazo. Lo tenían que respetar.
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Por el café entra y sale gente constantemente, y la mesera rubia de aspecto ucraniano, muy Lola Melnick, no se detiene un segundo entre propinas, piropos y espresos. Chomsky siempre se atiende con ella, y cada quince minutos se detiene a saludar o despedirse de conocidos que no dejan de aparecer.
¿Usted viene todos los días al café?
—Si pudiera, sí —admite, sorbeteando su cortado. Entre medio, lo llama el arquero y capitán de Palestino, Felipe Núñez, para preguntarle sobre el funeral de Sergio Livingstone.
—A un delincuente como tú, no creo que lo dejen entrar —le dice en broma.
Volvamos al tema de las figuras de antes comparadas a las de hoy.
—Lo que pasa es que ahora como hay tanto marketing y tanto dinero en juego, tú ves mucho más a los jugadores. Los dos mejores jugadores actuales del mundo se supone que son Messi y Cristiano Ronaldo. Tú los ves jugar por lo menos una vez a la semana, y generalmente dos veces. Los ves siempre. Entonces si Pelé hubiera tenido la televisión de ahora, o Garrincha, Puskas, Di Stéfano
O el Charro Moreno
—Yo a Moreno no lo vi jugar. Pero entrevisté a gente que jugó con él, que salió campeón con él, como el Tata Riera, como Livingstone, como Andrés Prieto. En Argentina entrevisté a muchísima gente de edad, y para todos ellos el Charro Moreno es muy superior a Di Stéfano. ¿Por qué? Porque Di Stéfano en Argentina era un sprinter, un velocista. Él tuvo la suerte, Di Stéfano, de jugar con Moreno cuando era muy joven. Entonces Moreno y Pedernera lo abastecían de juego. Cuando se va al fútbol colombiano, a Millonarios, tenía al mismo Pedernera y al Gallego Báez, jugadores extraordinarios. Cuando llega al Real Madrid, se da cuenta que no tiene esos abastecedores, entonces él empieza a jugar de Moreno, a repetir lo que había visto de él. Se tira más atrás y se hace un gran jugador de toda la cancha. A los viejos de Argentina, de setenta años pa arriba, les decís Moreno o Di Stéfano, y te dicen no, Di Stéfano era un velocista; Moreno, en cambio, un jugador de toda la cancha.
¿Cómo definiría a los futbolistas de esos tiempos?
—Los jugadores de antes jugaban mucho más. Los tipos desde que se levantaban hasta que se acostaban, estaban todo el día con la pelota, todo el día. Sólo se interrumpían cuando los obligaban a almorzar o a acostarse, porque ya no había luz. En cambio los de ahora, como mucho, dos horas diarias. Y no tienen la pasión de los de antes. Porque los dineros que ganan Ronaldo, Messi… ¡putas! Para los de antes, en cambio, no había nada más importante que la victoria. Lo único que querían era ganar, ganar, ganar. Pelé, Cruyff, Di Stéfano, Moreno. Todos. Ellos no tenían distracción. Si bien muchos de ellos eran mujeriegos y bohemios, para ellos todo era ganar, ganar, ganar. Ese era su honor, la gloria.
Y de los jugadores de hoy, ¿en quién podría identificar esa pasión de la que habla?
—En Messi. Y quizá Cristiano, pero ninguno de los dos tiene el carácter de Pepe, el central del Real Madrid, de Sergio Ramos o de Carles Puyol. Esos tipos tú los veís y se juegan la vida en la cancha. Así eran la mayoría de los de antes. Pero Cristiano Ronaldo está pendiente del pelo, de cómo se ve, de lucir sus músculos.
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En su libro queda muy demostrado que Jaime Ramírez, un futbolista que hoy poco se recuerda, fue uno de los baluartes del equipo que logró el tercer lugar.
—Él fue un jugador extraordinario. Primero, por pasión. Él era fútbol, fútbol, fútbol; ganar, ganar, ganar. Jugó hasta los 41 años, fue campeón con San Felipe. Jugaba en las dos puntas, como puntero. No tenía problemas de perfil. Y también organizaba, jugando como interior, tanto derecho (que sería el 8 de ahora) o izquierdo (el 10). Y podía jugar incluso, como pasó en el partido contra Yugoslavia cuando se lesiona Manuel Rodríguez, de lateral izquierdo. Era un jugador adelantado a su época, con dinámica, dominando varias funciones. Él triunfó en España, año 53, y se devolvió, como muchos, porque estaba enamorado. Fue un jugador que en la actualidad estaría vigente.
¿Y con quién se podría comparar, como para hacerse una idea de estilo de juego?
—De los de ahora, para mí el mejor jugador de Chile es Jorge Valdivia. Él compite con los grandes del pasado. Compite con Cua Cuá Hormazábal, con Jorge Toro, con Chamaco Valdés. ¿Por qué? Por técnica, por juego cerebral. Jue-go ce-re-bral. Un tipo que antes de recibir la pelota ya sabe lo que va a hacer. Pelotazo, mucho pase gol, y gol también. El problema es que esa inteligencia que tiene en el campo de juego no la utiliza siempre. Sufre desbordes temperamentales. Pero es un jugador que tú lo puedes poner en el equipo del 62, por ejemplo, y no habría desentonado. Pero de ese mundial, Valdivia es parecido a Jorge Toro.
¿Y qué hay de Alexis?
—En Alexis Sánchez yo creo que hay mucho de marketing. Todavía no se ha consolidado. Él fracasó en una Copa del Mundo, en Sudáfrica. Fracasó en una Copa América, la última. Y en ese puesto hubo jugadores tan completos como Jaime Ramírez, Mario Moreno, Pedro Araya, Carlos Cazsely y Pato Yáñez. Lo que ocurre es que algunos de los nombrados eran jugadores de ráfagas, sin mucha continuidad en los noventa minutos. Ahí Sánchez entra en la discusión, pero yo no estoy de acuerdo en absoluto con los que dicen que él era el mejor de todos los tiempos.
¿Cuál es la identidad de juego de Chile? ¿Se puede identificar un estilo de juego común a lo largo de la historia?
—Hasta el 2006, en el verano, yo también repetía que el fútbol chileno no tenía identidad. Era lo que yo había leído de las grandes plumas de revista Estadio, por ejemplo. Pero ese año, el verano del 2006, hubo un torneo femenino sudamericano en Viña del Mar, y ahí me di cuenta que el fútbol es cultura. Las argentinas jugaban como los argentinos; las brasileñas como los brasileños; las uruguayas como los uruguayos; y las chilenas, como los chilenos.
¿Y cómo jugaban las chilenas?
—Era aparentemente buena técnica, pero lenta. Muchos pases, sin remates de fuera del área, y costaba hacer el gol. Lo que pasa es que hubo toda una generación que crece viendo un fútbol chileno a la defensiva, con un solo delantero. Podía ser Cazsely o el Pato Yáñez, a veces Letelier. Todo el resto, defendiendo. Pero hay una selección, que yo no alcancé a ver, que tuvo dos subtítulos sudamericanos consecutivos. El 55 en Santiago, y el 56 en Montevideo. En esa selección jugaba Cua Cuá Hormazábal, René Meléndez, Jorge Robledo, Manuel Muñoz y Jaime Ramírez. Y al año siguiente estaba Jaime Ramírez a la derecha, Cua Cuá de 7 pasó a ser 8, Meléndez de 8 a 9, Manuel Muñoz, y debutó Leonel Sánchez. Con ese tipo de jugadores, ese equipo no pudo haber sido defensivo. Yo no lo vi. Y después el del 62. Pero luego, en el periodo de Santibáñez, Chile juega a la táctica del murciélago, con equipos ratones. Entonces viene esto de Bielsa y resulta nuevo para los jóvenes, que no vieron al 62, ni el 55 ni el 56.

¿Usted qué cree que sería del fútbol chileno hoy si no se hubiese organizado el Mundial del 62? ¿Estaríamos más atrasados todavía?
—No, eso fue una piedra fundamental. Primero a nivel de organización, donde los dirigentes trabajaron ad honorem. Hay un dirigente, que está vivo, que tiene noventa y un años, y por ejemplo a él le tocó pintar los estacionamientos del Sausalito.
¿Y cómo se imagina usted el desarrollo del fútbol chileno sin el Mundial?
—Seríamos… Espérate. Es que todo lo que dejó el mundial, después se dilapidó. A nosotros nos cuesta mucho renovarnos en el éxito. Cuando se alcanza una altura, después se empieza a descender. Si tú comparas la asistencia a los estadios antes del Mundial y después, aumentó en un millón y medio al año. En todos los partidos, los estadios colmados. Podían jugar Magallanes y Audax, pero siempre lleno. Y eso se escurrió entre los dedos. Cuatro años después hubo un gran fracaso en Inglaterra 66, y ahí empezó un declive. En la década del setenta, a Colo Colo le roban la Copa Libertadores del 73, Unión es finalista el 75, Chile clasificó al Mundial del 74, pero nada de eso se aprovechó, no hubo una regularidad. Pero nosotros somos así. Imagínate todo lo que significó ir a Sudáfrica hace poco, sobre todo en el ánimo del hincha. Pero ahora, después del partido con Colombia, a mí no me sorprendería que Chile quedara eliminado del próximo Mundial. Si no hay un cambio de timón urgente, lo más probable es que Chile quede eliminado. Después de dos años de un proceso exitoso, podríamos volver a lo mismo. Es una constante, nosotros somos el mito de Sísifo.
¿Cuál es el mito de Sísifo?
—El de un tipo que está condenado a subir una roca gigantesca por un cerro empinado, y cuando va llegando arriba, puik, se le cae. Tiene que volver a empezar, eternamente, y nunca llega a la cima.
¿A usted le parece que Chile, alguna vez, llegará a ser un país futbolizado?
—Es difícil. Yo creo que no. Mira: en Argentina hubo una generación que creció leyendo El Gráfico. Ahí escribían plumas pero además ex futbolistas, como Lazzati o Escopera. Ellos van moldeando una opinión. Aquí la tuvimos, principalmente con revista Estadio y con Gol y Gol. Pero ahora ni eso. ¿Qué repiten los jóvenes? ¿Las tonteras de Solabarrieta? ¿Lo que se dice en televisión? Ayer leí un tuit de Sagredo que dice «vamos a golear a Colombia para terminar con todos los mala leche que quieren que a Chile le vaya mal». ¡Esa es la opinión de un hincha po weón, no de un periodista ni de un líder de opinión!
Por último. ¿Las sociedades anónimas ayudarán o empeorarán las cosas?
—Mira: soy de las contadas personas que se resistieron a las sociedades anónimas. Incluso una vez nos reunimos en El Parrón con Schiappacasse y Guarello, y le dije a Aldo: ustedes los líderes de opinión de la televisión están pavimentando el acceso de las sociedades anónimas. En las SA se puede robar más que antes. Con la diferencia de que antes, en algunos casos, existían los dirigentes mecenas, que ponían dinero de su bolsillo y financiaban los clubes. Y ahora, con las SA, ocurre lo mismo, con clubes como Santiago Morning, que depende de Miguel Nasur, u O’Higgins, que depende de la familia Abumohor. O sea, cuando ellos se aburran de perder dinero, el club está quebrado.
¿No se ve bien el panorama?
—Es que los empresarios lo único que quieren es ganar dinero, ese es su negocio. Compara los fenómenos de Blanco y Negro con Azul Azul. Los dirigentes de Azul Azul eran futbolizados. Todos ellos fueron al estadio tomados de la mano con el papá, vieron al Ballet Azul, qué sé yo. Los de Byn, ¡ni conocen a los jugadores! Hazles un test histórico, pregúntales quién fue Escuti, por ejemplo. ¡No tienen idea ni les interesa!
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Por Cristóbal Bley
 

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