martes, 7 de abril de 2009

Carmencita Ruiz, Voz de Culto

La gran intérprete de la canción chilena, Carmencita Ruiz, dejó este mundo. Hacía unos días había recibido el homenaje en su querido Valparaíso, ciudad que la vio nacer y que antes la había declarado Hija Ilustre. Con su partida se cierra un capítulo brillante en la historia de la interpretación del folklore huaso, aunque estoy absolutamente seguro de que ella emergerá de sus cenizas para transformarse en una voz de culto -creo que ya lo era- y su nombre se perpetuará con letras doradas en la historia de la música de raíz vernácula.
Hacia fines de los años 50 y a principios de los 60 había dos voces femeninas que comandaban el contingente de intérpretes nacionales. Silvia Infantas con “Los Baqueanos” (que más tarde se transformaron en “Los Cóndores”) y Carmencita Ruiz con el grupo “Fiesta Linda”. La primera era poseedora de una voz cautivante, cristalina, “educada” y casi lírica. Silvia Infantas le daba a la interpretación de cuecas y tonadas un toque de distinción. Memorables y de antología son sus interpretaciones de “Tonadas a Manuel Rodríguez” y la dedicada a José Miguel Carrera, con versos de Pablo Neruda y música de Vicente Bianchi.
Carmencita Ruiz tenía una voz profunda, desgarradora y algo nasal que en los tonos medios y bajos hacía pensar en la Piaf. Con ella -les aseguro- la vocalista de “Fiesta Linda” tocaba el alma, llegaba hasta el fondo del espíritu.
En esos años existía un mayor apego a la música de carácter folklórica, aunque la difusión estaba limitada fundamentalmente a las expresiones huasas. Cuecas y tonadas dominaban el panorama radial y las emisoras, de alguna forma, daban tribuna a nuestros intérpretes. El Dúo Rey Silva; Los Hermanos Lagos; Los Hermanos Campos; Los Hermanos Silva (que más tarde se iban a radicar en México), Margarita Alarcón; Margarita Torres; el dúo María Inés, que más tarde daría paso a "Las Consentidas", Raúl Gardy, Los Perlas, Ester Soré, a quien llamaban "la negra linda" y un sinnúmero de intérpretes contaban con tribunas y escenarios.
En Viña del Mar, ciudad en la que crecí, existía un local llamado “El Rancho Criollo”, situado al final de 15 norte casi al comenzar la subida hacia el cerro Santa Inés. Por ahí pasaban todos los intérpretes. Entre ellos, las Hermanas Parra (Violeta e Hilda) que entonces cultivaban preferentemente la tonada y la cueca. Mi padre, Carlos Olivares Vásquez, era el “capataz”, algo así como el animador y el elenco estable estaba formado por Las Hermanitas Aguilera, el dúo León-Ríos, el dúo Ugarte-Matus, Los Hermanos Rosas y otros nombres que se pierden en mi memoria. Había un joven acordeonista que acompañaba en las cuecas y que más tarde se iba a transformar en figura de la llamada “Nueva Ola”. Se llamaba Lucho Zapata y fue el vocalista de “Los Tigres”.
Por mi casa desfilaba una serie de figuras de la época, pero yo no vislumbraba ni contaba con la capacidad de evaluar con las luminarias que me codeaba. Recuerdo largos ensayos de Carmencita Ruiz con “Fiesta Linda”, cuyo creador era Luis Bahamonde Alvear, el gran compositor chileno al que todavía se le adeuda el homenaje que se mereció en vida. Los otros integrantes del conjunto eran el guitarrista Ricardo Acevedo, hoy avecindado en Estados Unidos y Pepe Fuentes, uno de los fundadores y quien publicó reciéntemente un disco en homenaje a Carmencita.
Silvia Infantas y “Los Cóndores” también usaron nuestro living-comedor para preparar algunos temas. No tenía más de nueve años cuando escuchaba que repetían y repetían aquello de “Aradito de palo, corazón de espino, herramienta noble de los campesinos”, hasta alcanzar la perfección armónica.
Una vez llegaron a mi casa dos señores muy serios tratando de convencer a mi padre de que se hiciera cargo de la representación de un cantante ecuatoriano que quería abrirse paso en el medio chileno. Ellos sabían de la rigurosidad del trabajo de mi progenitor y querían ir a la segura. El se negó, pues ya estaba un poco cansado de esa labor. En esos años, los artistas eran más bohemios, amantes de la vida nocturna y resultaba difícil “manejarlos”. Los señores se fueron apesadumbrados. Uno de ellos era el cantante ecuatoriano. Se llamaba Julio Jaramillo…
El advenimiento del neofolklore como también de la canción de contenido social pusieron en la trastienda a los intérpretes “tradicionales”. Quienes nos identificamos y contribuimos de alguna manera a fomentar la llamada Nueva Canción Chilena, que constituía una ola imparable y legítima, quizás cometimos el error de caer en un absolutismo doctrinario. Le pusimos etiqueta de “canción de tarjeta postal” a moros y cristianos y en ese proceso pagaron justos por pecadores.
Después, la dictadura militar estaba tan empeñada en destruir todo atisbo de cultura popular, que tampoco puso mucha atención a los intérpretes que quedaron rezagados. Sólo los “huasos” de carros convertibles, de trajes de corte inglés y de voces engoladas tuvieron acceso a los medios de comunicación, amén de algún seudo “payador” de cuartetas facilistas.
Carmencita Ruiz logró sobrevivir a la postergación y a la indiferencia del medio. Tenía algo especial. Con su voz era capaz de tocar las fibras más recónditas de la audiencia, como que hasta poco antes de su último suspiro estuvo desarrollando actividades. Contaba con un organizado grupo de “fans” y un Club de Cueca en Valparaíso que lleva su nombre. Era una persona que amaba lo que hacía, tenía una devoción por su puerto
y era la intérprete que con más propiedad podía transmitir las canciones que salieron de la inspiración de Luis Bahamonde Alvear.
Tuve la suerte de vivir por casi un año en la casa que ella compartía con Bahamonde y la madre de éste, situada en la subida de Yerbas Buenas. Intercambiamos emails hace menos de un año recordando esos tiempos, a mi padre (que fue una suerte de manager de su grupo “Fiesta Linda”) y a Oscar Olivares (el “perla chico”, que era mi primo). Hace unos días la había reencontrado en el Facebook y le iba a solicitar ser amigos en esa red computacional. No alcancé a hacerlo. Mi amigo Manuel Vilches (periodista y conductor de un excelente programa de folklore en Radio Nuevo Mundo) me dio la triste noticia de su fallecimiento.
Su partida fue apenas mencionada por los medios de comunicación. Sólo los de Valparaíso le dedicaron un espacio aceptable. Otros la ignoraron. Justamente por estos días se hablaba de las sensibles pérdidas de Lalo Parra, de la española Mari Trini y del joven actor Gonzalo Olave. La muerte de la cantante chilena no pareció llamar la atención de los jóvenes reporteros y de los editores.
Pero como suele suceder, el deceso de Carmencita Ruiz va a provocar un mayor grado de atención en su obra. Estoy seguro de que las nuevas generaciones van a descubrir la belleza y el talento de una voz inconfundible, original y llena de matices y sentimiento.

E. Olivares P.

3 comentarios:

el moderador eterno dijo...

"lo que me deja tranquila es que yo no moví un dedo por recibir todos esos galvanos" me dijo apuntando a la muralla llena de reconocimientos que tenía en su casa. Me dejó la impresión de una persona de esas realmente grandes, que hizo su pega con su mejor esfuerzo y ni siquiera pensó en golpear puertas, pedir aplausos o levantar quejas. Esos creo ... Leer másque son los artistas notables, que hacen su oficio porque lo quieren y saben que está bien hecho. Por más que no tengan las luces saben que dejarán un aporte y que alguien lo tomará. La gran cantidad de artistas afectados con su muerte son el mejor ejemplo de esto, creo yo. Había puesto esto en una nota de Nano Acevedo pero acá creo que queda bien también. Son las impresionees que me quedaron luego de entrevistarla en el verano.
saludos Ernesto y que bueno que tenga tan presentes nuestras cosas y gentes incluso desde esos pagos.
Un abrazo.

José G. Martínez Fernández dijo...

Estimado Ernesto:

Te escribe José Martínez Fernández, quien colaborara en la revista de tu yerno Óscar Olivares, entre 1975 y 1976. Me enteré de ti por un Sr. Vilches y a raíz de que escribí un artículo titulado EL MUSIQUERO: ESA GRAN REVISTA DE ANTAÑO, donde hago recuerdos de ti y otras personas. El artículo ya se ha publicado en algunos medios digitales.
Es muy reconfortante para mí reencontrarme contigo.

Un gran saludo amigo:
josegonzalomartinezfernandez@hotmail.
com

Ernesto Olivares Perke dijo...

Un gran saludo para tí, José. Es grato reencontrar a personas que compartieron momentos importantes de nuestras vidas, especialmente en El Musiquero. Me gustaría leer ese artículo, y si tú lo autorizas, conseguir una copia para publicarla en Prensa-Abierta. En todo caso una aclaración. Oscar Olivares era mi primo (no yerno, por si acaso)