Por Fredys Pradena, desde España
Como todos los veranos, cuando me voy de vacaciones, -y lo he tomado por costumbre- meto un libro en mi bolso de viaje. Este año el elegido tenía una especial atractivo. Lo había comprado un par de semanas antes, pero sólo había leído la primera página . En realidad, ya sabía perfectamente de qué se trataba, porque al autor lo había dicho en una entrevista en la CNN y repetido luego en Radio Nacional de España.
Me causó tanta curiosidad e interés que deseé disfrutarlo, como lo hago con un buen whisky.
Por lo tanto, la lectura formó parte del programa diario en estas breves vacaciones en la Costa Brava. Programa repartido más o menos así: Después de desayunar en el hotel, obligado hacerlo antes de las diez de la mañana, organizábamos una excursión. A nadie le gusta le obliguen a levantarse a determinada hora estando de vacaciones, menos a María Asunción que esta acostumbradita al desayuno en la cama. Pero después del “malestar” descubríamos encantados que teníamos toda la mañana para nosotros. Gracias a eso pudimos volver a recorrer los hermosos parajes naturales de la zona: Jardines botánicos como Pinya de Rosa, Santa Clotilde y Marimurtra. Flores, plantas, arbustos, muchos cactus, avenidas, árboles, paisajes. Todo el esplendor de esta tierra privilegiada. Además de visitas turísticas a Lloret de Mar y Blanes.
A eso de la dos de la tarde nos dejábamos caer como gaviotas hambrientas y cansadas a nuestro paraíso: La playa de Santa Cristina.
Después del correspondiente baño en el mar para pasar el calor, no siempre conseguido a esas horas, nos instalábamos en el pequeño restaurante, o mejor dicho en español “chiringuito”, que regenta por tantos años Angelita, mujer con mucha experiencia, quien con su amabilidad y sugerencias, nos hace efectivo el placer del comer. Sobre todo mariscos. Mención especial a las gambas de Blanes y las paellas.
Al marisco le viene bien el vino blanco. Angelita nos indicó el apropiado: Un vino gallego que había que agitar, porque era turbio. Muy parecido a los vinos chilenos de la ribera del río Itata. Metida la botella en una contenedor para que se mantuviera frío, el vino nos resultaba tan rico que nunca vez sobró nada. Eso si, problemas teníamos luego encontrar la sombrilla en la playa. No la veíamos.
Siestas como tienen que ser las siestas en la tierra que las inventó: “A pata suelta”, sólo con el murmullo del mar y el griterío de los chiquillos jugando en la arena.
Para pasar la “modorra” a eso de las seis, gateaba hasta el "chiringuito" por un par de cafés bien cargados. Única manera de volver en si.
Y luego a disfrutar de todo lo lindo que ofrece este lugar. Desde el paisaje, las idas y venidas de los barquitos, hasta de las gentes. Algunas gentes generosamente impúdicas.
Lo serio, venía al final de la tarde. Cuando ya comenzaba a irse el personal, o sea menos distracción. Y por lógica refrescaba el ambiente. Sacábamos de nuestros bolsitos de tela nuestros libros y a leer. María Asunción con sus textos de Física, que hacía alucinar a los cercanos y yo con mi libro del verano del 2010: “El arte de la resurrección”.
Una tremenda curiosidad me embargaba por saber como les las arreglaba este compatriota nacido en Talca, (1950), Hernán Rivera Letelier, para escribir esta novela. Mi interés se orientaba, más que al argumento, al cómo la construyó, porque como lo había proclamado casi con orgullo, él es un autodidacta. Se crío y vivió en una oficina salitrera en el norte de nuestro país. Lo más cercano que estuvo de las letras fue siendo un jovencito, cuando vendía periódicos en Antofagasta. De mayor se licenció como profesor de Enseñanza Secundaria. Rivera Letelier ha escrito otros libros y poemas y obtenido varios premios.
EL CRISTO DE ELQUI
El argumento, tan bien sintetizado en la contratapa, dice que se trata de un predicador quien, tras la muerte de su madre, se convierte en ermitaño en un valle de Elqui, en donde una visión le dice que es la reencarnación de Jesucristo. Por lo tanto, su misión es predicar el Evangelio. En 1942 se entera de que en una oficina salitrera vive una prostituta que venera a la Virgen del Carmen y que, además, se llama Magdalena. El protagonista de la novela sale en su búsqueda con el propósito que sea su discípula y amante y juntos anunciar la llegada del fin del mundo.
En ese marco espectacular de bosques que parecen precipitarse al mar por los acantilados, con esa luz violácea que es imposible recoger en la cámaras fotográficas, que tiñe el cielo y las aguas, me fui introduciendo en la novela que se desarrolla en un paisaje tan diferente.
Antes de marcharnos de la playa, me metía al agua. El Mediterráneo en esta época prácticamente no tiene olas. Fácil me resultaba entonces quedarme de espalda, con los brazos en cruz, haciendo “el muerto” sin peligro y por largo rato. Así, con los oídos sumergidos bajo el agua, el silencio es total, y delante de mis ojos se presenta sólo la inmensidad del cielo. Sensación de ingravidez que imagino lo más parecido a volar, como las gaviotas que de vez en cuando veía pasar. Sensación extraña que me hacía pensar que así sería la muerte. Así de dulce e ingrávida.
Todo iba bien hasta la noche del Jueves 5 de Agosto, cuando por la CNN dieron la terrible noticia de los mineros chilenos atrapados en una mina de cobre y oro. En nuestra acostumbrada caminata nocturna por el paseo marítimo, no fue más que comentar lo ocurrido. Deseando con todo nuestro corazón que rescataran pronto a esos trabajadores.
El desarrollo de esta novela surrealista se sitúa en los hostiles parajes del desierto chileno y las oficinas salitreras castigadas por el sol. Imposible abstraerse. En ese mismo escenario se vivía una horrible realidad. En pleno desierto de Atacama está el yacimiento San José, lugar de la tragedia.
Terminé de leer el libro confirmando que Rivera Letelier suple con creces su falta de academia mediante esa fértil imaginación que ha hecho famosos a los escritores latinoamericanos del realismo fantastico. Regresé de mis breves vacaciones el 11 de Agosto a la cómoda rutina de la ciudad. El drama de los mineros continuaba.
A diario he estado siguiendo las noticias por Internet. Es espeluznante constatar la cantidad de infortunios. Nuevos derrumbes, errores en el cálculo de sondajes. Muchos fallos de máquinas pero más fallos humanos que sería obligatorio en un futuro analizar, para la segura explotación minera.
Todavía sugestionado por la lectura no dejo de pensar en el innato deseo humano de esperar un milagro cuando corregir los males se escapan de las posibilidades. Los seguidores del Cristo de Elqui confiaban en sus sermones que los llevarían al cielo eterno. Aseguraban que hacia milagros Incluso intenta la resurrección. Hoy seguimos a lideres que nos prometen el bienestar terrenal. Pero yo deseo con toda mi alma un milagro. Como los del predicador. El milagro sería que después de haber estado tantos días enterrados, esos 33 mineros pudieran salir vivos. Veríamos una verdadera resurrección.
¡Aleluya hermanos, si es así!
Fredys Pradena
Zaragoza, 21 de Agosto del 2010
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