viernes, 8 de junio de 2012


LA SINGULAR VIDA Y POESÍA 
DE CARLOS OQUENDO DE AMAT

Por José G. Martínez Fernández.

El Perú ha tenido grandes poetas. Extraordinarios creadores de la palabra bella, tan bella como su naturaleza.
Pensar en la poesía de ese país es de inmediato pensar en César Vallejo, el bardo de Santiago de Chuco, en el norte de su patria, que vagó por ella y por tantos lugares del mundo para, al final, irse a morir a París.
Pero, aparte del gran Vallejo, hay en la nación inca otros baluartes de la palabra hermosa, adelantada, revolucionaria.
Pensemos en José Santos Chocano, en José María Eguren, en Juan Gonzalo Rose, en tantos otros.
Hoy quiero hablar de un enorme poeta que murió muy joven. Se llamaba Carlos Oquendo de Amat. Sus huesos quedaron en la España fratricida de 1936, año de inicio de la Guerra Civil Española. Había nacido en Puno en 1905. Puno está cerca del lago Titicaca, a una altura de 3.900 metros sobre el nivel del mar.
La historia de este gran poeta es extraordinaria. Era nada menos que descendiente del virrey del Perú Manuel de Amat y su madre era una de las mujeres más bellas de la zona puneña. Su padre –a su vez- era un médico importante que había estudiado en Francia, además de periodista y político que vivió la persecución de los sátrapas militares que, muchas veces, gobernaron la patria del incario.
Ello lo obligó a viajar a Lima. Allí, perseguido, todo le fue igual de difícil. Entonces la familia se empezó a hundir en la miseria y su bella esposa terminó alcoholizada y enferma.
Sin embargo, cuando aún la mano persecutoria militar no les había alcanzado, entregaron a su hijo una educación importantísima.
En Lima es, entonces, cuando Carlos Oquendo de Amat sufre desventuras económicas “bravas” las que lo llevan a ser ayudado por el escritor Manuel Beingolea, quien se hace cargo en parte de evitar las penurias alimentarias de Carlos.
Pero el apoyo económico de Beingolea debía disminuir algún día y así se lo hizo saber al poeta mostrándole una libretita que decía: “Apuntes de mis gastos mensuales. Te los voy a leer: gasto de casa 300 soles, lavado 25 soles, ropa 100 soles, putas 80 soles, Oquendo 195 soles, lo que hace un total de 700 soles, yo gano 650, de modo que tengo que robar 50 para cubrir mi presupuesto…”.
Y así Beingolea terminó su discurso: “Tu lunch en adelante habrá de ser una franciscana frugalidad…”.
La exposición, casi teatral de Beingolea, sacó una de las mejores frases de Oquendo de Amat: “Eres injusto, Manuel, pero no me dejas otra alternativa y no tengo más remedio que aceptar”.
Así continuó la vida de Carlos Oquendo de Amat en la capital peruana.
Al igual que su padre, el poeta optó por oponerse a las dictaduras de su país. Ello le cuesta el exilio. Va a Panamá, Costa Rica, México. Luego a Europa. Francia y España serán sus nuevos parajes. Allá en España –lo dijimos- muere a los ¡30 AÑOS!
¡Qué poeta perdía el Perú, qué gran poeta perdía América!
He aquí uno de los textos más novedosos de este sustentador de la poesía de vanguardia que estaba influido por el surrealismo y el dadaísmo. Éluard y Tzara, serían sus maestros.



POEMA
Para ti
tengo impresa una sonrisa en papel japón
mírame
que haces crecer la yerba de los prados
mujer
mapa de música claro de río fiesta de fruta
en tu ventana
cuelgan enredaderas de los volantes de los automóviles
y los expendedores disminuyen el precio de sus mercancías
déjame que bese tu voz
tu voz
que canta en todas las ramas de la mañana.

¡Cúanta belleza en el texto, cuánta grandeza en la unión de uno con otro verso! Para, al final, mostrar que la buena poesía es lo que la inteligencia y sensibilidad del creador lleva en su sentimiento y en un su cerebro, es decir: un solo todo.
Cuando el poeta escribe -papel japón- no comete un error…Embellece el poema con ese cambio de palabra como lo hace con otras.
Carlos Oquendo de Amat era de aquellos bardos gigantes que escribían más por amor al arte y que ese arte fuera lo más distinto posible a lo que otros creadores hacían.
Es tan grande la importancia poética y el mito que se ha creado de este poeta que, en 1967, en Caracas, al recibir el Premio Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa dijo:

"Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y "Cinco metros de poemas" de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente oscura, tercamente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Cercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centro América, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril. Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo. No me extrañaría que las alimañas hayan dado cuenta de los ejemplares de su único libro, enterrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas que ya nadie lee, terminen muy pronto trasmutados en "humo, en viento, en nada", como la insolente camisa colorada que compró para morir. Y, sin embargo, este compatriota mío había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explorador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesaria para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como diaria y furiosa inmolación" .

Su libro ÚNICO se llama CINCO METROS DE POEMAS y se publicó en 1929. Es una sola hoja de aproximadamente cinco metros que hay que desplegar para encontrar toda la grandeza y la belleza de su contenido verbal.
Los poemas que en esa única hoja están, han sido sacados de ella para ser exhibidos en innumerables antologías, en innumerables revistas, en varios textos escolares y en muchos espacios más.
De esa manera Carlos Oquendo de Amat persiste, con justicia, en seguir viviendo.

José G. Martínez Fernández.

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