Por José G. Martínez Fernández.
Estamos en diciembre.
Diciembre me recordó el día de los
inocentes, el 28.
Y esa fecha me trajo a la memoria las
“regadas” cenas que se efectuaban en el local de la Sociedad de
Escritores de Chile, SECH, allá en Simpson 7, Providencia, en el
vetusto edificio de hermosas y dolorosas historias.
Estas cenas están destinadas a la
camaradería y, por ende, a compartir amistad, lo que pocas veces se
da.
Quizás la presencia del dios Baco
estrangule las ideas de algunos y salgan a pasearse los resquemores.
De mis tantos años en Santiago yo sólo
asistí a dos de ellas.
La primera en 1975.
El periodista y escritor Homero
Bascuñán, me regaló el cupón que me daba derecho a participar en
la cena.
En la oficina que compartíamos en LUN
trabajaban Enrique Ramírez Capello, quien llegaría muchos años más
tarde a ser presidente del Colegio de Periodistas de Chile y que
ahora tiene una enfermedad que le ha quitado todas las fuerzas;
Homero Bascuñán, enorme cronista y candidato eterno al Nacional de
Periodismo; Hugo Goldsack Blanco, quien ya había ganado el Premio
Nacional de Periodismo; Enrique Melchers, también ya Premio Nacional
de Periodismo, Luis Sánchez Latorre, quien también ganó el
galardón ese año o al siguiente. Y yo, el de menor edad entre esos
cronistas.
Sánchez Latorre y Goldsack eran
acérrimos partidarios del entonces ya fallecido Pablo de Rokha.
Y ambos eran contrarios a Jaime Concha,
estudioso de Neruda; y también de Guillermo Atías, autor de “Y
corría el billete”, publicado durante la UP por Editorial
Quimantú. Otro autor que les molestaba, y bastante, era Hernán
Valdés por su libro “Tejas verdes”, el que acababa de aparecer
en el extranjero y que estaba prohibido en Chile.
Por ese mismo 1975 o 1976 Sánchez
Latorre publicó una encendida apología en favor de Martín Cerda,
brillante ensayista. ¿Razón? Cerda se iba a Venezuela por falta de
oportunidades en Chile y Sánchez Latorre hizo uso de toda su
artillería en defensa del gran estudioso y su derecho a tener
oportunidades en su país.
Eran grandes amigos, además.
Pasaron más de un centenar de crónicas
mías hasta que se me expulsó del diario por el “embrollo” que
se produjo después de haber intentado defender de una agresión
física a una mujer que ya es un mito en la poesía chilena. Hecho
acontecido en el mismo local de la SECH.
Pues bien, muchos años después, volví
a tender puentes de cercanía con Sánchez Latorre.
Y con recursos propios fui a una nueva
“comilona” a la sede de la SECH. Allí estaban varios baluartes
de la literatura y del periodismo chileno.
Al finalizar la “regada” cena y
proseguir con la bebida del dios Baco muchos de los asistentes
exigieron que Sánchez Latorre hablara…lo hizo como el maestro que
era…y como, en medio de su discurso, se gritaba que Martín Cerda
debía ser el nuevo presidente de la SECH, Sánchez Latorre perdió
un tanto su paz y casi gritó algo contra Cerda y sus increpadores.
Éste habló a pedido de los contrarios a Sánchez Latorre…Y
también fue un maestro en su discurso. ¡Que grandes eran estos
oradores! Por algo me recordaban los discursos que me habían
contado de Alessandri Palma y algunos de los que yo le había
escuchado a Salvador Allende.
Después hubo un debate en voz baja y
Sánchez Latorre se retiró.
Poco tiempo después Martín Cerda
sería presidente de la SECH.
Pero lo que nunca entendí es que
distanció a ambos personajes. Los dos, lo dije, habían sido grandes
amigos y ahora corrían por carriles distintos.
Ese debate me recordó a otros ilustres
de la oratoria que conocí en la SECH. El cura, ensayista, Fidel
Araneda Bravo y Braulio Arenas, poeta y escritor, que, desde los
espacios del socialismo de los años treinta pasó al pinochetismo de
los años setenta.
Estos fenómenos de la oratoria y de la
cultura sólo me recordaban a otro brillante intelectual, Benjamín
Subercaseaux, a quien entrevisté en Tacna, cuando era Cónsul
Honorario, poco tiempo antes de morir. Don Benjamín falleció en
marzo de 1973, un domingo, el mismo día en que desapareció el gran
Manuel Rojas Sepúlveda.
De Fidel Araneda Bravo tengo un
peculiar recuerdo. Cuando escribí un artículo en LUN sobre el libro
“Lluvia adentro” de Magdalena Vial, me detuvo en calle Compañía,
cerca de la Plaza Brasil, y de su casa, y me dijo: “Lo felicito.
Excelente su artículo sobre Magdalena Vial”.
Que las palabras procedieran del
segundo hombre de la Academia Chilena de la Lengua, del alto
dirigente de la SECH, de un intelectual que había escrito varios
estudios muy importantes, me dejó el ego un tanto elevado.
Y me dio más fuerzas para seguir mi
tarea de comentarista literario en LAS ÚLTIMAS NOTICIAS, hasta aquel
desgraciado día de 1976, en que defendí a una gran poeta, como
relaté más arriba.
Por el 28 de diciembre, día de los
inocentes y fiesta de los escritores, recordé este hecho y quise
escribirlo para colocar dos páginas más a una historia no terminada
de la naturaleza brutal y anecdótica, por un lado; y de la más pura
inteligencia de algunos hombres de letras, por otra parte.
José G. Martínez Fernández
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