viernes, 28 de diciembre de 2012

CUANDO LOS ESCRITORES CHILENOS NO FUERON INOCENTES

Por José G. Martínez Fernández.

Estamos en diciembre.
Diciembre me recordó el día de los inocentes, el 28.
Y esa fecha me trajo a la memoria las “regadas” cenas que se efectuaban en el local de la Sociedad de Escritores de Chile, SECH, allá en Simpson 7, Providencia, en el vetusto edificio de hermosas y dolorosas historias.
Estas cenas están destinadas a la camaradería y, por ende, a compartir amistad, lo que pocas veces se da.
Quizás la presencia del dios Baco estrangule las ideas de algunos y salgan a pasearse los resquemores.
De mis tantos años en Santiago yo sólo asistí a dos de ellas.
La primera en 1975.
El periodista y escritor Homero Bascuñán, me regaló el cupón que me daba derecho a participar en la cena.
En la oficina que compartíamos en LUN trabajaban Enrique Ramírez Capello, quien llegaría muchos años más tarde a ser presidente del Colegio de Periodistas de Chile y que ahora tiene una enfermedad que le ha quitado todas las fuerzas; Homero Bascuñán, enorme cronista y candidato eterno al Nacional de Periodismo; Hugo Goldsack Blanco, quien ya había ganado el Premio Nacional de Periodismo; Enrique Melchers, también ya Premio Nacional de Periodismo, Luis Sánchez Latorre, quien también ganó el galardón ese año o al siguiente. Y yo, el de menor edad entre esos cronistas.
Sánchez Latorre y Goldsack eran acérrimos partidarios del entonces ya fallecido Pablo de Rokha.
Y ambos eran contrarios a Jaime Concha, estudioso de Neruda; y también de Guillermo Atías, autor de “Y corría el billete”, publicado durante la UP por Editorial Quimantú. Otro autor que les molestaba, y bastante, era Hernán Valdés por su libro “Tejas verdes”, el que acababa de aparecer en el extranjero y que estaba prohibido en Chile.
Por ese mismo 1975 o 1976 Sánchez Latorre publicó una encendida apología en favor de Martín Cerda, brillante ensayista. ¿Razón? Cerda se iba a Venezuela por falta de oportunidades en Chile y Sánchez Latorre hizo uso de toda su artillería en defensa del gran estudioso y su derecho a tener oportunidades en su país.
Eran grandes amigos, además.
Pasaron más de un centenar de crónicas mías hasta que se me expulsó del diario por el “embrollo” que se produjo después de haber intentado defender de una agresión física a una mujer que ya es un mito en la poesía chilena. Hecho acontecido en el mismo local de la SECH.
Pues bien, muchos años después, volví a tender puentes de cercanía con Sánchez Latorre.
Y con recursos propios fui a una nueva “comilona” a la sede de la SECH. Allí estaban varios baluartes de la literatura y del periodismo chileno.
Al finalizar la “regada” cena y proseguir con la bebida del dios Baco muchos de los asistentes exigieron que Sánchez Latorre hablara…lo hizo como el maestro que era…y como, en medio de su discurso, se gritaba que Martín Cerda debía ser el nuevo presidente de la SECH, Sánchez Latorre perdió un tanto su paz y casi gritó algo contra Cerda y sus increpadores. Éste habló a pedido de los contrarios a Sánchez Latorre…Y también fue un maestro en su discurso. ¡Que grandes eran estos oradores! Por algo me recordaban los discursos que me habían contado de Alessandri Palma y algunos de los que yo le había escuchado a Salvador Allende.
Después hubo un debate en voz baja y Sánchez Latorre se retiró.
Poco tiempo después Martín Cerda sería presidente de la SECH.
Pero lo que nunca entendí es que distanció a ambos personajes. Los dos, lo dije, habían sido grandes amigos y ahora corrían por carriles distintos.
Ese debate me recordó a otros ilustres de la oratoria que conocí en la SECH. El cura, ensayista, Fidel Araneda Bravo y Braulio Arenas, poeta y escritor, que, desde los espacios del socialismo de los años treinta pasó al pinochetismo de los años setenta.
Estos fenómenos de la oratoria y de la cultura sólo me recordaban a otro brillante intelectual, Benjamín Subercaseaux, a quien entrevisté en Tacna, cuando era Cónsul Honorario, poco tiempo antes de morir. Don Benjamín falleció en marzo de 1973, un domingo, el mismo día en que desapareció el gran Manuel Rojas Sepúlveda.
De Fidel Araneda Bravo tengo un peculiar recuerdo. Cuando escribí un artículo en LUN sobre el libro “Lluvia adentro” de Magdalena Vial, me detuvo en calle Compañía, cerca de la Plaza Brasil, y de su casa, y me dijo: “Lo felicito. Excelente su artículo sobre Magdalena Vial”.
Que las palabras procedieran del segundo hombre de la Academia Chilena de la Lengua, del alto dirigente de la SECH, de un intelectual que había escrito varios estudios muy importantes, me dejó el ego un tanto elevado.
Y me dio más fuerzas para seguir mi tarea de comentarista literario en LAS ÚLTIMAS NOTICIAS, hasta aquel desgraciado día de 1976, en que defendí a una gran poeta, como relaté más arriba.
Por el 28 de diciembre, día de los inocentes y fiesta de los escritores, recordé este hecho y quise escribirlo para colocar dos páginas más a una historia no terminada de la naturaleza brutal y anecdótica, por un lado; y de la más pura inteligencia de algunos hombres de letras, por otra parte.
José G. Martínez Fernández

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