Creemos que la muerte hace su egoísta cosecha sólo en los demás; que los nuestros son intocables e invencibles. Casi al filo de la medianoche, el miércoles 26 de junio, salimos de nuestro error. La parca se llevó a Rafael Manríquez Silva, cantautor, virtuoso de la guitarra, pero sobre todo amigo-hermano. Creíamos que el Rafa era inmortal; lo seguimos creyendo. La muerte, en su desgraciada incursión, no pudo cargar las posesiones del artista. Nos quedamos con su música, su poesía y su aporte en la lucha por conseguir una sociedad más justa. A esos tesoros nos aferramos para tenerlo siempre presente.
Estas líneas, escritas al influjo de la emoción por la pérdida irreparable, no constituyen una biografía. No pretenden acercarse en lo más mínimo a un retrato. Sólo contienen vivencias, sentimientos y recuerdos contados quizás en forma desordenada, con errores de fechas y de secuencias en la vida de mi amigo-hermano Rafael.
Hay hechos que marcan a fuego. Uno de ellos fue el prematuro fallecimiento de Alicia -la esposa del Rafa y madre de Marcia- cuando no llevaban mucho de casados. La tragedia lo golpeó fuerte y creo que el rictus de amargura que siempre llevó, no obstante su buen y festejado sentido del humor, fue su luto permanente, como probablemente también la razón de su incesante búsqueda del amor perdido.
Otro hecho que no sólo dejó una huella en Rafael, sino en miles de chilenos, fue el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Aparte de cortar con un proceso democrático que iba camino al Socialismo y dejar una huella sangrienta, truncó una prometedora carrera de baladista de nuestro amigo. A saber, el sello IRT (Industria de Radio y Televisión), había planificado un interesante trabajo y hasta le había encontrado un nombre –José Simón- que para los productores era más “comercial”. Entiendo, ya que la memoria falla, que hubo un par de discos 45 rpm grabados que no sé dónde podrían encontrarse.
Ya sus posibilidades de convertirse en un popular cantante habían quedado de manifiesto en un concurso de canto organizado por la vieja Radio Corporación, en uno de los últimos programas en vivo y con público de la radiotelefonía antes de que la irrumpiera la televisión. El ganador de ese certamen fue Pablo Rossetti, quien años más tarde integraría el popular dúo “Pachi y Pablo”.
El Rafa fue segundo y no me pregunten sobre el repertorio, aunque vagamente me parece que hubo un par de canciones popularizadas por el español Raphael.
Destacable es que en el show de dicho concurso radial actuaran, entre otros, Arturo Gatica y Arturo Millán, voces legendarias del cancionero popular y quienes no vacilaron en transmitir sus experiencias a los novatos concursantes.
Ya el Rafa estaba instalado en Santiago. Habían quedado atrás los trasnoches viñamarinos de canto y guitarreo con su hermano Manuel, con David León y Juan Olivares (integrantes del dúo León- Ríos), con Luis Zepeda, gran guitarrista de la Quinta Región, con los hermanos Apablaza –Rodrigo y Alonso- y con muchos otros personajes de la bohemia porteña y de la Ciudad-Jardín. En mi caso, privado de talento musical, era sólo testigo y participante pasivo en esas reuniones.
El golpe de Estado puso las cosas muy difíciles para la mayoría, pero al mismo tiempo comenzaría a forjar en Rafael su evolución filosófica y su acercamiento a las causas populares.
Su trabajo como redactor de la revista “El Musiquero” lo había acercado a los grandes creadores e intérpretes de la llamada Nueva Canción Chilena.
Su viaje a Ecuador y posteriormente a Estados Unidos nos alejó geográficamente. Antes de regresar a Chile tras mi primera incursión en este país (1988) lo visité en East Bay y le prometí que si regresaba, sería a esta zona, en donde se respiraba un aire más puro y libertario que en Los Angeles, en donde había residido.
Volví el 2002 y junto a su entonces pareja, Paz, me acogieron en su casa.
Encontré a mi amigo consolidado artísticamente y al cabo de los años lo pude confirmar. La madurez absoluta se había manifestado. "Descubrí que es más importante cantar con el alma que llegar a un Do de pecho", me dijo. Lo encontré como parte importante en el centro cultural latino “La Peña”.
Lo encontré orgulloso de haber participado en el grupo “Raíz”; lleno de nuevas y bellas canciones; con un virtuosismo mayor en la guitarra; con su música para poemas de la Mistral y Neruda; con sus cantos para los niños y su intento de romper límites con su “Mi sol de ayer”; con su extraordinario dúo con Ingrid Rubis en el cual alcanzó uno de sus mejores rendimientos interpretativos; con su orgullo de ser padre de Marcia y Manuel; con la chochería propia de ser abuelo de cuatro nietos; con su amor inconmensurable por Tupac y por, supuesto, con la satisfacción de no haber transado jamás sus valores e ideales artísticos.
E, Olivares P.
(continuará)
Estas líneas, escritas al influjo de la emoción por la pérdida irreparable, no constituyen una biografía. No pretenden acercarse en lo más mínimo a un retrato. Sólo contienen vivencias, sentimientos y recuerdos contados quizás en forma desordenada, con errores de fechas y de secuencias en la vida de mi amigo-hermano Rafael.
Hay hechos que marcan a fuego. Uno de ellos fue el prematuro fallecimiento de Alicia -la esposa del Rafa y madre de Marcia- cuando no llevaban mucho de casados. La tragedia lo golpeó fuerte y creo que el rictus de amargura que siempre llevó, no obstante su buen y festejado sentido del humor, fue su luto permanente, como probablemente también la razón de su incesante búsqueda del amor perdido.
Otro hecho que no sólo dejó una huella en Rafael, sino en miles de chilenos, fue el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Aparte de cortar con un proceso democrático que iba camino al Socialismo y dejar una huella sangrienta, truncó una prometedora carrera de baladista de nuestro amigo. A saber, el sello IRT (Industria de Radio y Televisión), había planificado un interesante trabajo y hasta le había encontrado un nombre –José Simón- que para los productores era más “comercial”. Entiendo, ya que la memoria falla, que hubo un par de discos 45 rpm grabados que no sé dónde podrían encontrarse.
Ya sus posibilidades de convertirse en un popular cantante habían quedado de manifiesto en un concurso de canto organizado por la vieja Radio Corporación, en uno de los últimos programas en vivo y con público de la radiotelefonía antes de que la irrumpiera la televisión. El ganador de ese certamen fue Pablo Rossetti, quien años más tarde integraría el popular dúo “Pachi y Pablo”.
El Rafa fue segundo y no me pregunten sobre el repertorio, aunque vagamente me parece que hubo un par de canciones popularizadas por el español Raphael.
Destacable es que en el show de dicho concurso radial actuaran, entre otros, Arturo Gatica y Arturo Millán, voces legendarias del cancionero popular y quienes no vacilaron en transmitir sus experiencias a los novatos concursantes.
Ya el Rafa estaba instalado en Santiago. Habían quedado atrás los trasnoches viñamarinos de canto y guitarreo con su hermano Manuel, con David León y Juan Olivares (integrantes del dúo León- Ríos), con Luis Zepeda, gran guitarrista de la Quinta Región, con los hermanos Apablaza –Rodrigo y Alonso- y con muchos otros personajes de la bohemia porteña y de la Ciudad-Jardín. En mi caso, privado de talento musical, era sólo testigo y participante pasivo en esas reuniones.
El golpe de Estado puso las cosas muy difíciles para la mayoría, pero al mismo tiempo comenzaría a forjar en Rafael su evolución filosófica y su acercamiento a las causas populares.
Su trabajo como redactor de la revista “El Musiquero” lo había acercado a los grandes creadores e intérpretes de la llamada Nueva Canción Chilena.
Su viaje a Ecuador y posteriormente a Estados Unidos nos alejó geográficamente. Antes de regresar a Chile tras mi primera incursión en este país (1988) lo visité en East Bay y le prometí que si regresaba, sería a esta zona, en donde se respiraba un aire más puro y libertario que en Los Angeles, en donde había residido.
Volví el 2002 y junto a su entonces pareja, Paz, me acogieron en su casa.
Encontré a mi amigo consolidado artísticamente y al cabo de los años lo pude confirmar. La madurez absoluta se había manifestado. "Descubrí que es más importante cantar con el alma que llegar a un Do de pecho", me dijo. Lo encontré como parte importante en el centro cultural latino “La Peña”.
Lo encontré orgulloso de haber participado en el grupo “Raíz”; lleno de nuevas y bellas canciones; con un virtuosismo mayor en la guitarra; con su música para poemas de la Mistral y Neruda; con sus cantos para los niños y su intento de romper límites con su “Mi sol de ayer”; con su extraordinario dúo con Ingrid Rubis en el cual alcanzó uno de sus mejores rendimientos interpretativos; con su orgullo de ser padre de Marcia y Manuel; con la chochería propia de ser abuelo de cuatro nietos; con su amor inconmensurable por Tupac y por, supuesto, con la satisfacción de no haber transado jamás sus valores e ideales artísticos.
E, Olivares P.
(continuará)
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