martes, 9 de julio de 2013

El Canto del Rafa (I)

Creemos que la muerte hace su egoísta cosecha sólo en los demás; que los nuestros son intocables e invencibles. Casi al filo de la medianoche, el miércoles 26 de junio, salimos de nuestro error. La parca se llevó a Rafael Manríquez Silva, cantautor, virtuoso de la guitarra, pero sobre todo amigo-hermano. Creíamos que el Rafa era inmortal; lo seguimos creyendo.  La muerte, en su desgraciada incursión, no pudo cargar las posesiones del artista. Nos quedamos con su música, su poesía y su aporte en la lucha por conseguir una sociedad más justa. A esos tesoros nos aferramos para tenerlo siempre presente.

 
Nuestro primer contacto fue hace medio siglo, cuando entrábamos en la adolescencia. Llegó a mi liceo, en Valparaíso, en calidad de trasladado desde un establecimiento capitalino cuando el año escolar había comenzado hacía un par de meses. Creo que fue en 1964. Su padre, Don Manuel, había conseguido un gran contrato de instalaciones sanitarias en Viña del Mar y toda la familia debió trasladarse a la ciudad-jardín.

Lo vi entrar a la sala de clases tímido y retraído. El destino lo instaló en un pupitre vecino al mío y nos hicimos amigos. El profesor Jefe me pidió que lo pusiera al día con los apuntes y tareas. En otras palabras el “profe” me pidió que tomara la responsabilidad de guiarlo en el proceso de adaptación al programa de estudios y la “puesta al día”.  No solamente me encargué de él. También lo hice con su hermana Elvira, a quien la familia llamaba “Yira”, con la que nos enamoramos y al cabo de algunos años de pololeo nos casamos, lo que me convirtió en el cuñado de Rafael. (Pero esa es otra historia)

Debo confesar que con el Rafa no tuve el mismo éxito que con su hermana. El iba a clases sólo por cumplir. Ya estaba “en otra”. Aunque respondía a las exigencias escolares, su ocupación mayor era interpretar el repertorio de Los Chalchaleros a dúo con su hermano mayor José Manuel –otro gran intéprete- y tutearse con bordonas y primas. El canto y la  guitarra eran sus mejores compañeras y, sin duda alguna, su prioridad.

Junto maduramos la adolescencia. Aparte del binomio con su hermano, integraba el grupo Los Machis en el cual las oficiaba de arreglador y armonizador de las voces. Recuerdo que el mencionado conjunto compitió en un certamen llevado a cabo en el Casino de Viña del Mar y resultó segundo. El primer lugar fue para el Quilapayún que recién emergía. Personalmente creo que el grupo del Rafa merecía el primer lugar, pero los de ponchos negros desarrollaron un fecundo marketing y llamaron la atención por su calidad y su puesta en escena.

El quehacer musical de Rafael Manríquez al era más bien intuitivo, visceral, pero honesto. Costaba que tomara un camino más académico y sistemático. Tuvo, eso sí, un maestro en la guitarra que le enseñó muchos secretos del instrumento que le acompañaría toda su vida.  Ricardo Acevedo, ex integrante del conjunto “Fiesta Linda”, director de una Academia de Guitarra fue uno de sus mentores con las seis cuerdas.

Crecimos juntos jugando a la pelota, al pool, compartiendo fiestas en donde se cantaba, se conversaba y se comía. La generosidad de su familia era manifiesta. Las puertas de su hogar siempre estaban abiertas y sus padres, Marta y Manuel, eran hospitalarios anfitriones.

Entramos a la Universidad de Chile, en Valparaíso, (ahora se llama Universidad de Playa Ancha) a estudiar Periodismo. Uno de nuestros compañeros era el Payo Grondona y en las clases de inglés se alternaban los estudios de la lengua de Shakespeare con entretenidas cantatas.

Nos trasladamos en Segundo Año de la carrera a la Escuela de Periodismo del viejo Pedagógico, en Santiago, pero a mitad de año Rafael decidió tomar otro camino. Se puso a trabajar en la Contraloría General de la República. La rutina y las labores de oficina no eran su vocación y se retiró. Mientras, siguió su relación con la música, integró el conjunto Ñancahuazú con el que obtuvo el segundo lugar en el Festival de Viña con la canción “Cordillera Americana”, compuesta por Kiko Alvarez quien también formó parte del grupo para la competencia. Como solista ganó varios premios, entre ellos el de Mejor Intérprete en el Festival de la Guinda de Curicó en 1972.

Sin el ánimo de ser autoreferente debo informar que mis primeras armas periodísticas se desarrollaron en la revista-cancionero “El Musiquero”, de propiedad de mi primo Oscar Olivares. Luego del triunfo popular de Salvador Allende fui llamado a cumplir labores comunicacionales en una empresa del Ärea Social y debi renunciar al Periodismo de Espectáculos. Mi remplazante en la revista antes mencionada fue Rafael. Allí nuestro amigo tuvo la oportunidad de empaparse, de primera mano, de toda la corriente relacionada con la Nueva Canción Chilena. Como reportero conoció a Los Parra, Víctor Jara, Inti Illimani, Quilapayún, Alfredo Zitarrosa, Rolando Alarcón, Tito Fernández, Patricio Manns y a todos quienes formaron parte de ese inolvidable movimiento de la cultura popular. Creo que en esos años comenzó a forjarse en propiedad,  su posición política y su identificación con las causas e ideales populares.
Creo que durante esos años no vislumbrábamos el entorno. Conversar con Víctor Jara, entrevistar a Silvio Rodríguez, a Patricio Manns o a Pablo Milanés, eran parte de la vida diaria, por decirlo de alguna manera. No le tomábamos el paso a los gigantes que nos rodeaban y del cual Rafael Manríquez iba a formar parte desde otras latitudes.
Sin embargo la noche cayó en Chile el 11 de septiembre de 1973 y la última entrevista a Víctor Jara, realizada por Rafael para “El Musiquero”, se quedó en los talleres de la Editorial Lord Cochrane. Ese número, que llevaba la portada de Jara, nunca vio la luz.
 
(continuará)
 
E.Olivares Perke
 

No hay comentarios: