miércoles, 16 de julio de 2008


Hacer el amor no el fútbol

Por Freddys Pradena
Desde España

Tal como lo escuché lo cuento. Bueno… lo más parecido.
Se jugaba una final de la Copa de la UEFA. Y aunque el estadio era neutral, las aficiones bien repartidas abarrotaban las gradas. Se enfrentaban un equipo inglés y otro español.
Siempre se habla de la compostura de los ingleses, la famosa flema británica, pero cuando se trata de fútbol, las cosas cambian. La palabra “hooligan” la inventaron ellos para referirse a sus fanáticos y peligrosos seguidores. Si los dejan son capaces destrozar una ciudad con la excusa de celebrar un triunfo, aunque ante una derrota les da igual, todo ello aderezado con abundante cerveza.
Los españoles no necesitan adornos, son pasionales hasta jugando a las cartas. Si no hay sangre en las fiestas, es que no es fiesta. Los toros lo saben muy bien.
Por razones que no es el momento analizar, los países europeos han encontrado en el fútbol la manera de descargar todo el rencor recíproco que se tienen. Es comprensibleotalmente sabiendo que arrastran muchos años de guerras, algunas muy recientes.
Es tal el prestigio que obtiene un país ganando un título, que a los clubes de fútbol lo dirigen hasta primeros ministros (Berlusconi, por ejemplo) e invierten cantidades escandalosas de dinero en jugadores extranjeros. Verdaderos mercenarios de lujo.
Precisamente en esa final el entrenador del equipo español era un extranjero, un argentino súper famoso en ese mundillo. Pero su popularidad se debía mas que nada a su carácter.
Nadie en la cancha le tosía a Carlos Salvador Bilardo (campeón del mundo con Argentina en 1986). Bilardo, el “Míster” irascible. En los entrenamientos sus broncas eran memorables. Los jugadores no le tenían respeto, le tenían miedo.
Faltaba poco para terminar el partido y el equipo español perdía, pese a estar jugando mejor.
Saque rápido del portero a la banda, que controla perfecto el alero, el jugador más joven del equipo español. Este elude con habilidad a su primer marcador y se va como una bala hacia el campo contrario, siempre por la banda. Hasta que le sale un defensa. El inglés, conocedor del lema: “pasará la pelota, pero no el jugador” le tira una patada sin contemplaciones. Ya la expulsión le da igual. Pero el muchacho adivina la inminente agresión y salta para evitarla, cayendo encima del infractor a quien accidentalmente le clava los estoperoles en la pierna asesina. La “requete hostia” como dicen los españoles que se armó. Empujones, insultos, etc. Cada barra grita, aúlla al árbitro para que fulmine con una tarjeta roja al culpable. Pero el referí, que ya ha visto mucho, sabe que el inglés sigue revolcándose para ganar tiempo que corre a su favor. Pita lo correcto: Juego peligroso y ordena que continúe el partido.
El joven jugador español, todavía pensando que el fútbol es un deporte y no una guerra, ve que el inglés sigue “muriéndose”, y en lugar de cobrar la falta con un tiro libre, lanza el balón fuera de la cancha para que su herido rival sea atendido. El entrenador Bilardo, que está muy cerca de la jugada, no lo puede creer. Enloquecido salta como un resorte y casi metiéndose a la cancha le grita histérico:
- ¡Pero qué hacés boludo? ¡Pedazo de pelotudo al enemigo hay que pisalo! ¿Oíste? ¡Al enemigo hay que ¡Pisálo!(así pronuncian los argentinos “pisarlo”)
Aunque el griterío es ensordecedor, la afición española escucha a Bilardo y comienza a corear: ¡Pi-sa-ló! ¡Pi-sa-ló!
Los ingleses que estaban a punto de repetir lo de las Malvinas, al escuchar el coro, se quedan atónitos. Primero se callan y luego se van levantando de sus asientos para comenzar a aplaudir. Luego emocionados y avergonzados ante la actitud más que deportiva del adversario se suman al coro cantando: “Peace and love”...
F.P.

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