viernes, 8 de agosto de 2008


Alejandro Aura ha partido:
El adiós
de un luchador

El artista mexicano Alejandro Aura dejó este mundo el pasado 30 de julio a los 64 años en Madrid, España, víctima del letal cáncer. Como un eco resuena su palabra en su aún vigente blog en donde escribía y grababa su voz a diario (www.alejandroaura.com).
Poeta, dramaturgo, actor de teatro y de cine, ensayista, director de teatro, guionista en programas de radio y televisión, multitalento, multicorazón y multiluchador por la cultura popular, especialmente la mexicana, Aura no puede pasar -ni pasará- inadvertido para las huestes de los defensores de las letras y las artes. La Feria del Libro, que se llevará a cabo del 23 al 31 del presente mes de agosto en la Plaza de Armas de Zacatecas, ha sido organizada como un homenaje póstumo a quien terminara sus días como director del Instituto Mexicano de Cultura en España.
Entre sus obras premiadas figuran “Los exaltados” (fue galardornado por la mejor co actuación); en “Los Totales” fue distinguido como mejor director y en “El Retablo” como mejor actor. Su creación literaria incluyó diversos géneros, como el cuento, teatro y poesía. Algunos de sus más conocidos títulos son: “Los balos de Celesta”, “La historia de Nápoles”, “La hora íntima de Agustín Lara” y “El otro lado”. De su producción poética se editaron varios libros. Mencionamos algunos: “Cinco veces la flor”, “Varios desnudos y dos docenas de naturalezas muertas”, “Volver a Casa”, “Hemisferio sur”, “La Patria Vieja”, entre otros.

Horas antes de su muerte publicó en su blog su adiós…


DESPEDIDA
Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente?

Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear
con sus mejillas de arrebolados maquillajes.

El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.

Nos vamos.
Hago una caravana a las personas que estoy echando ya tanto de menos,
y digo adiós...

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