por José G. Martínez Fernández.
Un Decreto (el Nº 2695) que Augusto Pinochet Ugarte dictó en 1979 es un DECRETO INMORTAL. El mismo permite el llamado "saneamiento" de propiedades...una manera siútica de llamar al robo perpetrado contra algunos propietarios de viviendas.
En la justicia chilena, tan corrupta en la mayoría de los casos, se conoce a dicho Decreto como el Decreto Ladrón. Sin embargo esa misma justicia avala, a veces, este robo perpetrado por el Estado chileno.
Don Augusto se ha inmortalizado en él, porque lo aceptaron los cuatro presidentes de la Concertación y lo avala hoy don Sebastián Piñera.
Ya se publican en diarios impresos avisos largos, y por ende costosos, de entregas de propiedades a quienes las ocupan y no tienen títulos de dominio...
Algunas propiedades, siendo de Bienes Nacionales, no tienen problemas al traspasarlas; pero a veces se cometen errores y se traspasa lo que ya tiene dueño; otras veces, simplemente, se EXPROPIA -a sabiendas- a los verdaderos propietarios.
En un Estado que acusa a los okupas de ladrones, se permite que otros, los verdaderos ladrones, "saneen" propiedades de terceros.
Los okupas, al menos, hacen eso: una ocupación periódica y pueden irse acusados por ese mismo Estado, el que entrega en bandeja otras propiedades a verdaderos usurpadores...que obtienen las propiedades con papeles y gozarán de ella de por vida y podrán testarla.
El Decreto de Pinochet es una infamia. Es un robo descarado y aplaudido fue por los gobiernos concertacionistas.
Hoy -establecida la Derecha en el gobierno- los caballeros del Ministerio de Bienes Nacionales siguen la misma política del señor de los anteojos negros.
Pero, reiteramos, ¿Nos podemos sorprender que un Decreto avalado por cuatro gobiernos concertacionistas siga vigente?
En este Estado nuestro los "ladrones decentes" tienen más posibilidades de obtener propiedades con sólo presentarse con infundios a las Seremías de dicho Ministerio y alegar que han estado allí “tantos años…”
No podrían alegar lo mismo los okupas, aunque tengan más de diez años en una propiedad.
El Ministerio de Bienes Nacionales es un espacio que beneficia a los cercanos suyos bajo la tutela gubernamental.
Para los okupas la política del Gobierno es totalmente distinta: palos con ellos y cárcel.
¿Quién es más beneficiador, entonces, del desorden?
¿El Estado o los okupas?
José G. Martínez Fernández.
domingo, 18 de julio de 2010
sábado, 17 de julio de 2010
REVISTA LITERARIA "LA CAZUELA" SIGUE SUMANDO
por José G. Martínez Fernández
Gastón Herrera Cortés es un trabajador cultural que hace su labor en la Región Arica-Parinacota... Es actor, gestor intelectual, poeta; además de tener otros dones.
Este artista es el fundador y director de la revista literaria La Cazuela, en la que muestra diversidad de escritos de autores de distintas regiones del planeta y de épocas diferentes.
Nutriéndose de un interés por difundir la cultura literaria, Gastón Herrera Cortés trabaja con paciencia de artesano su revista bimestral.
Tenemos ahora en nuestras manos la correspondiente a julio y agosto de 2010. Es la número 46.
¡46 números son bastantes para una revista de este tipo e impresa en papel!
En el norte chileno hay pocas revistas literarias impresas que han llegado a tan alto número: Hacia, hecha por el maestro Andrés Sabella; Palabra Escrita, construida por quien escribe estas notas.
En Internet el número más alto lo lleva Cinosargo, arquitecturada por ese maestro universitario y rebelde escritor que es Daniel Rojas Pachas.
Por Internet también anda Carlos Amador Marchant, el autor de Galpón de Redes Marinas.
Amar la palabra literaria es don de sacrificios y de vicios.
¿Acaso los cultores de las publicaciones no somos autoflagelantes al mantener revistas que no nos dan más beneficios que una fama que podría ser tan efímera como un fósforo encendido?
Pero allí estamos los porfiados directores haciendo las publicaciones.
Gastón Herrera Cortés posee ese don del trabajo de hacer público un arte que cuesta tanto difundir: las letras.
Y lo hace en las tierras infértiles del norte de Chile. ¿Infértiles?, dije. Me equivoco: el norte es un desierto, pero bajo él guarda tantas riquezas mineras...
Ah...y los trabajadores de la cultura están allí, haciendo lo suyo: difundiendo la palabra que debe ser y permanecer para que los literatos del futuro expresen su opinión sobre qué y cómo se hizo este espacio de luz artística en medio del sol, del viento, de la arena, de la costa siempre viva.
José Martínez Fernández
Gastón Herrera Cortés es un trabajador cultural que hace su labor en la Región Arica-Parinacota... Es actor, gestor intelectual, poeta; además de tener otros dones.
Este artista es el fundador y director de la revista literaria La Cazuela, en la que muestra diversidad de escritos de autores de distintas regiones del planeta y de épocas diferentes.
Nutriéndose de un interés por difundir la cultura literaria, Gastón Herrera Cortés trabaja con paciencia de artesano su revista bimestral.
Tenemos ahora en nuestras manos la correspondiente a julio y agosto de 2010. Es la número 46.
¡46 números son bastantes para una revista de este tipo e impresa en papel!
En el norte chileno hay pocas revistas literarias impresas que han llegado a tan alto número: Hacia, hecha por el maestro Andrés Sabella; Palabra Escrita, construida por quien escribe estas notas.
En Internet el número más alto lo lleva Cinosargo, arquitecturada por ese maestro universitario y rebelde escritor que es Daniel Rojas Pachas.
Por Internet también anda Carlos Amador Marchant, el autor de Galpón de Redes Marinas.
Amar la palabra literaria es don de sacrificios y de vicios.
¿Acaso los cultores de las publicaciones no somos autoflagelantes al mantener revistas que no nos dan más beneficios que una fama que podría ser tan efímera como un fósforo encendido?
Pero allí estamos los porfiados directores haciendo las publicaciones.
Gastón Herrera Cortés posee ese don del trabajo de hacer público un arte que cuesta tanto difundir: las letras.
Y lo hace en las tierras infértiles del norte de Chile. ¿Infértiles?, dije. Me equivoco: el norte es un desierto, pero bajo él guarda tantas riquezas mineras...
Ah...y los trabajadores de la cultura están allí, haciendo lo suyo: difundiendo la palabra que debe ser y permanecer para que los literatos del futuro expresen su opinión sobre qué y cómo se hizo este espacio de luz artística en medio del sol, del viento, de la arena, de la costa siempre viva.
José Martínez Fernández
martes, 13 de julio de 2010
Recuerdos del Riquet
Por Fredys Pradena, desde España.
Leyendo por Internet el diario “La Estrella” de Valparaíso, me enteré de que van a reabrir el Café Riquet, el antiguo y clásico café vienes ubicado en una de las mas pintorescas plazoletas del puerto chileno.
Fue cerrado hace más de un año, creo, debido a problemas con los nuevos propietarios del edificio.
Me alegro por la noticia. Me alegro mucho, porque aunque no puede competir en modernidad y playas con Viña del Mar, Valparaíso debe aprovechar su rico patrimonio arquitectónico y cultural para atraer turistas.
En febrero del presente año año tuve la suerte de volver a mi país, a mi región de adopción y dediqué un día a recorrer el centro de Valparaíso.
Comencé mi visita en la Plaza de la Victoria. Fue de verdad un placer volver a contemplar la belleza de las esculturas de bronce, por mucho que ya las hubiese visto antes. En especial la fuente. También me entretuve con el variopinto de las gentes.
A continuación, seguí mi paseo en dirección al puerto por la calle Condell. Esto no me gusto tanto. Esta arteria, que en su época concentró el comercio elegante, por los edificios tan bonitos que tiene, ahora se ve cubierta de enormes y horribles anuncios, adeás del obsoleto tendido eléctrico. Hay enjambres de cables por sobre tu cabeza, que, además de peligrosos, lo afean todo. Pero lo peor fue al llegar a la Plaza “Anibal Pinto“, y que pone en duda todo lo que se viene diciendo de progreso en nuestro país. Vi como una jauría de perros vagos allí instalados, evidentemente sucios y enfermos, se mezclaban con los transeúntes y a éstos no les importaba.
A los pies de la escultura de Neptuno, que preside la plazoleta, me dispuse a contemplar lo mismo que domina el rey del mar todos los días. Comenzando desde la izquierda: Se ve primero el enorme y sin gracia edificio de la Cooperativa Vitalicia; a continuación, una pérgola que divide la calle Cumming, una calle sube al cerro Concepción y la otra no me acuerdo. Luego, el faldón frondoso del cerro en donde se dibuja el pintoresco Hotel Brighton y el inicio del paseo Atkinson, la calle Esmeralda y finalmente, a la derecha, dos bellos aunque mal cuidados edificios.
Sabido es por todos los porteños, donde se albergaba el café Riquet.
Es un edificio de bella arquitectura. Tres plantas. Construed -dicen- en los años 1800 y tantos. La época de esplendor del puerto. De estilo clásico. En el frontis, en relieve, se asoman siete columnas griegas. Descolorido, descascarado, una muestra más de la decadencia generalizada.
La puerta del café están cerradas y las persianas abajo. Algunos grafitis colaboran para hacer el panorama más feo.
Final de Febrero, tarde de mucho calor. Tuve que sentarme en el borde de pileta, para digerir el momento.
Como la brisa del mar cercano vino a mi memoria un recuerdo lejano. El recuerdo de una tarde lluviosa, en aquel mismo lugar y del viejo café.
Se llamaba Eva.
Al principio de los años setenta, recién venido desde Santiago para trabajar en Casablanca (Ford Motors Co.) me pidieron mostrara la Planta (Armaduría) a un grupo de estudiantes. Por alguna razón el que debía hacerlo me pidió lo reemplazara. Sorpresa agradable fue saber que eran estudiantes del último curso de la Escuela Industrial Superior de Valparaíso. Colegio en donde yo había estudiado. Pero más sorprendido quedé al comprobar que se trataba de un grupo mixto. Era el primer curso en que egresarían chicas.
Al cargo de los estuidiantes venia una chiquilla muy bonita. De largos y rubios cabellos, hermosos ojos verdes y una preciosa boquita. Se presento: Eva Estay Peñailillo, Presidenta del Centro de Alumnos. De aproximadamente 17 años de edad, pero con una personalidad deslumbrante que la hacía aparecer mayor, como quedó demostrado en el control del grupo y sus preguntas respecto a la armaduria de un vehículo. Fue una visita muy provechosa.
Facilitó el vernos nuevamente el que me dijera cuando y donde era la próxima reunión de las juventudes de su partido político. Allí volvimos a encontrarnos.
Pero esa tarde habíamos quedado de encontrarnos en marquesina del Teatro Victoria.
La lluvia desbarató el paseo por el molo frente al paradero Bellavista. Paradero de trenes en donde luego cogíamos el automotor hacia el interior. Por eso le propuse “escampar” en el café Riquet. Habíamos estado antes ahí. El lugar ideal para arreglar el mundo en una época tan convulsa.
Sin paraguas, sólo bajo mi chaqueta corrimos por la calle Condell.
La lluvia torrencial empezaba a hacer pequeños ríos por las calles. Al llegar a la plaza, tuve que saltar para llegar a la calzada y Eva intentó hacer lo mismo. Con tan mala suerte que no llegó y hundió su pié en el agua con barro. Su uniforme de colegiala exigía ademas de chaqueta, jumper azul marino, camisa blanca y calcetines blancos. Costaba contener la risa de ver como quedaron esos calcetines. Pasado el momento de hilaridad, buscamos solución. Compramos unos nuevos en una de las tantas tiendas de esa calle.
Entramos al agradable y cálido Riquet.
Este antiguo local me hacía imaginarme en un ambiente de glamour en la soñada Europa. Paredes altas decoradas con cuadros al óleo y acuarelas. Muchas fotografías. Mobiliario vetusto, con sillas con apoya brazos no muy cómodas. En la planta de arriba, una sala de exposiciones, donde lo más valioso, según decían eran unos bocetos femeninos atribuidos a Camilo Mori. Al fondo se comunicaba con otro salón.
Pedimos lo de siempre. Y mientras nos traían el té con “kugen” de manzana, que era la especialidad de la casa. Disimuladamente, Eva comenzó la operación “Cambio de calcetines“. Pero tenía también los zapatos mojados. Por lo que tuve, tratando de no llamar mucho la atención -el camarero nos empezaba a mirar raro- a meterle servillas como plantilla en los zapatos. Y luego casi por debajo de la mesa, el cambio.
-¿Qué tal? me pregunto satisfecha.
-A ver, -le dije-, sólo falta subírtelas un poco más.
Antes de que ella reaccionara ya introducía me dedos por la media y la arrastraba hasta la rodilla. Mi contacto con su piel, produjo su sonrojo y a continuación de esos preciosos ojos color del mar, recibí la mas dulce y prometedora mirada.
Un estridente ruido de tambor con ritmo brasileño me sacó de mis pensamientos. Desde Condell entraba a la plaza un grupo de individuos medio disfrazados de payasos, que pedían dinero a los conductores y transeúntes.
Y me perdí por la calle Esmeralda en dirección al puerto.
Fredys Pradena
Leyendo por Internet el diario “La Estrella” de Valparaíso, me enteré de que van a reabrir el Café Riquet, el antiguo y clásico café vienes ubicado en una de las mas pintorescas plazoletas del puerto chileno.
Fue cerrado hace más de un año, creo, debido a problemas con los nuevos propietarios del edificio.
Me alegro por la noticia. Me alegro mucho, porque aunque no puede competir en modernidad y playas con Viña del Mar, Valparaíso debe aprovechar su rico patrimonio arquitectónico y cultural para atraer turistas.
En febrero del presente año año tuve la suerte de volver a mi país, a mi región de adopción y dediqué un día a recorrer el centro de Valparaíso.
Comencé mi visita en la Plaza de la Victoria. Fue de verdad un placer volver a contemplar la belleza de las esculturas de bronce, por mucho que ya las hubiese visto antes. En especial la fuente. También me entretuve con el variopinto de las gentes.
A continuación, seguí mi paseo en dirección al puerto por la calle Condell. Esto no me gusto tanto. Esta arteria, que en su época concentró el comercio elegante, por los edificios tan bonitos que tiene, ahora se ve cubierta de enormes y horribles anuncios, adeás del obsoleto tendido eléctrico. Hay enjambres de cables por sobre tu cabeza, que, además de peligrosos, lo afean todo. Pero lo peor fue al llegar a la Plaza “Anibal Pinto“, y que pone en duda todo lo que se viene diciendo de progreso en nuestro país. Vi como una jauría de perros vagos allí instalados, evidentemente sucios y enfermos, se mezclaban con los transeúntes y a éstos no les importaba.
A los pies de la escultura de Neptuno, que preside la plazoleta, me dispuse a contemplar lo mismo que domina el rey del mar todos los días. Comenzando desde la izquierda: Se ve primero el enorme y sin gracia edificio de la Cooperativa Vitalicia; a continuación, una pérgola que divide la calle Cumming, una calle sube al cerro Concepción y la otra no me acuerdo. Luego, el faldón frondoso del cerro en donde se dibuja el pintoresco Hotel Brighton y el inicio del paseo Atkinson, la calle Esmeralda y finalmente, a la derecha, dos bellos aunque mal cuidados edificios.
Sabido es por todos los porteños, donde se albergaba el café Riquet.
Es un edificio de bella arquitectura. Tres plantas. Construed -dicen- en los años 1800 y tantos. La época de esplendor del puerto. De estilo clásico. En el frontis, en relieve, se asoman siete columnas griegas. Descolorido, descascarado, una muestra más de la decadencia generalizada.
La puerta del café están cerradas y las persianas abajo. Algunos grafitis colaboran para hacer el panorama más feo.
Final de Febrero, tarde de mucho calor. Tuve que sentarme en el borde de pileta, para digerir el momento.
Como la brisa del mar cercano vino a mi memoria un recuerdo lejano. El recuerdo de una tarde lluviosa, en aquel mismo lugar y del viejo café.
Se llamaba Eva.
Al principio de los años setenta, recién venido desde Santiago para trabajar en Casablanca (Ford Motors Co.) me pidieron mostrara la Planta (Armaduría) a un grupo de estudiantes. Por alguna razón el que debía hacerlo me pidió lo reemplazara. Sorpresa agradable fue saber que eran estudiantes del último curso de la Escuela Industrial Superior de Valparaíso. Colegio en donde yo había estudiado. Pero más sorprendido quedé al comprobar que se trataba de un grupo mixto. Era el primer curso en que egresarían chicas.
Al cargo de los estuidiantes venia una chiquilla muy bonita. De largos y rubios cabellos, hermosos ojos verdes y una preciosa boquita. Se presento: Eva Estay Peñailillo, Presidenta del Centro de Alumnos. De aproximadamente 17 años de edad, pero con una personalidad deslumbrante que la hacía aparecer mayor, como quedó demostrado en el control del grupo y sus preguntas respecto a la armaduria de un vehículo. Fue una visita muy provechosa.
Facilitó el vernos nuevamente el que me dijera cuando y donde era la próxima reunión de las juventudes de su partido político. Allí volvimos a encontrarnos.
Pero esa tarde habíamos quedado de encontrarnos en marquesina del Teatro Victoria.
La lluvia desbarató el paseo por el molo frente al paradero Bellavista. Paradero de trenes en donde luego cogíamos el automotor hacia el interior. Por eso le propuse “escampar” en el café Riquet. Habíamos estado antes ahí. El lugar ideal para arreglar el mundo en una época tan convulsa.
Sin paraguas, sólo bajo mi chaqueta corrimos por la calle Condell.
La lluvia torrencial empezaba a hacer pequeños ríos por las calles. Al llegar a la plaza, tuve que saltar para llegar a la calzada y Eva intentó hacer lo mismo. Con tan mala suerte que no llegó y hundió su pié en el agua con barro. Su uniforme de colegiala exigía ademas de chaqueta, jumper azul marino, camisa blanca y calcetines blancos. Costaba contener la risa de ver como quedaron esos calcetines. Pasado el momento de hilaridad, buscamos solución. Compramos unos nuevos en una de las tantas tiendas de esa calle.
Entramos al agradable y cálido Riquet.
Este antiguo local me hacía imaginarme en un ambiente de glamour en la soñada Europa. Paredes altas decoradas con cuadros al óleo y acuarelas. Muchas fotografías. Mobiliario vetusto, con sillas con apoya brazos no muy cómodas. En la planta de arriba, una sala de exposiciones, donde lo más valioso, según decían eran unos bocetos femeninos atribuidos a Camilo Mori. Al fondo se comunicaba con otro salón.
Pedimos lo de siempre. Y mientras nos traían el té con “kugen” de manzana, que era la especialidad de la casa. Disimuladamente, Eva comenzó la operación “Cambio de calcetines“. Pero tenía también los zapatos mojados. Por lo que tuve, tratando de no llamar mucho la atención -el camarero nos empezaba a mirar raro- a meterle servillas como plantilla en los zapatos. Y luego casi por debajo de la mesa, el cambio.
-¿Qué tal? me pregunto satisfecha.
-A ver, -le dije-, sólo falta subírtelas un poco más.
Antes de que ella reaccionara ya introducía me dedos por la media y la arrastraba hasta la rodilla. Mi contacto con su piel, produjo su sonrojo y a continuación de esos preciosos ojos color del mar, recibí la mas dulce y prometedora mirada.
Un estridente ruido de tambor con ritmo brasileño me sacó de mis pensamientos. Desde Condell entraba a la plaza un grupo de individuos medio disfrazados de payasos, que pedían dinero a los conductores y transeúntes.
Y me perdí por la calle Esmeralda en dirección al puerto.
Fredys Pradena
viernes, 9 de julio de 2010
Maiakovski: ¡Qué gigante poeta!
Por José G. Martínez Fernández
Hay que visitar a Vladimiro Maiakovki con una enorme sed de poesía. Luego de leer su ESPERANZA uno sentirá en el alma y la razón un universo de múltiples estrellas. Cala tan hondo su fuerza verbal que uno respira tanta y tanta belleza. ¡Gracias gigante poeta por darnos tanta luz!
A Vladimiro Maiakovski le tocó un espacio físico muy singular: la de la Rusia convulsionada bajo el gobierno de los Zares. Hasta pasados los veinte años vivió bajo ese sistema de gobierno.
Nacido en 1893 tuvo, desde su adolescencia, un cariño especial por los asuntos sociales y así se involucró con los bolcheviques. Por ello estuvo encarcelado.
Al triunfar la Revolución se transformó en una especie de portavoz de la misma, especialmente a través de su poesía. Los grandes espacios públicos lo tuvieron en distintas ocasiones leyendo ante millares de obreros sus poemas militantes de la causa bolchevique, de la que se fue alejando cuando el régimen soviético se declaró opositor a la corriente poética llamada futurismo y a la que Maiakovski adhirió.
En 1930, cuando contaba sólo 37 años, se suicidó.
Cinco años antes se había matado la otra lumbrera de la poesía soviética: Sergio Esenin, cuando tenía sólo 30 años.
Toda la magia de la poesía rusa, nacida de la mano de Pushkin, se vino a caer de golpe con la muerte trágica de sus dos mayores poetas de la primera mitad del siglo veinte.
La poesía de Maiakovski se lee como si un torrente de luces, si como todos los campos eléctricos, se unieran y convulsionaran.
ESPERANZA
¡Devolvedme el corazón,
y la sangre hasta mis últimas venas!
¡Llenadme el cráneo de ideas!
Yo no he vivido del todo mi vida,
sobre la tierra.
Yo no he acabado de amar del todo.
Yo fui de dos metros de estatura.
¿Para qué quiero esta altura?
Para este trabajo,
se puede ser de una pulgada.
Me pasé la vida arañando con la pluma,
en un cuartucho de dos metros,
armado con anteojos,
en una pieza-estuche.
Yo haré gratis todo lo que quieran,
limpiaré,
lavaré,
cuidaré,
barreré.
Podría servir aunque no sea más que de portero.
¿Ustedes tienen porteros?
Yo fui alegre a veces,
pero que puedo hacer con esta alegría,
si nuestra desgracia es insondable.
Ahora,
todos en seguida muestran los dientes
para morder,
o para ladrar.
Por si poco fuera este dolor,
por si poco fuera nuestra pena.
¡Llamadme!
Yo trataré de entretenerlos,
con charadas e hipérboles,
con alegorías,
o con el malabarismo de mis versos.
Yo he amado en la vida.
No vale la pena recordarlo.
¿Duele?
¡Qué importa!...
Viviremos cuidando nuestras penas.
Yo amo también a los animales.
¿Ustedes tienen jaulas con animales?
Dadme un puesto de guardián de fieras.
Yo amo a las fieras.
Cuando veo un perrito,
aquí en la panadería hay uno,
todo peladito,
soy capaz de arrancarme mi propio hígado,
y decirle, toma,
come,
no me da lástima, querido.
Ese es el poema íntegro. El vigor expresivo del poeta parte desde un principio del texto, se mantiene en sus versos posteriores, para rematar en unos que ya hablan no sólo la inteligencia verbal del bardo, sino también su gran calidad humana:
"soy capaz de arrancarme mi propio hígado/ y decirle, toma,/ come/ no me da lástima, querido". El poema,a su vez, nos muestra ya al hombre desencantado de la poesía política y que entra directo hacia el ser mismo, en la profundidad, o simpleza, de su yo.
Sólo ese poema le bastaría a Vladimiro Maiakovski para vivir por siempre. Pero su poesía de alta calidad se refleja en muchos de otros textos.
Leerlo es emocionarse y el recordarle es hacerle justicia a este gigante de la poesía mundial.
Hay que visitar a Vladimiro Maiakovki con una enorme sed de poesía. Luego de leer su ESPERANZA uno sentirá en el alma y la razón un universo de múltiples estrellas. Cala tan hondo su fuerza verbal que uno respira tanta y tanta belleza. ¡Gracias gigante poeta por darnos tanta luz!
A Vladimiro Maiakovski le tocó un espacio físico muy singular: la de la Rusia convulsionada bajo el gobierno de los Zares. Hasta pasados los veinte años vivió bajo ese sistema de gobierno.
Nacido en 1893 tuvo, desde su adolescencia, un cariño especial por los asuntos sociales y así se involucró con los bolcheviques. Por ello estuvo encarcelado.
Al triunfar la Revolución se transformó en una especie de portavoz de la misma, especialmente a través de su poesía. Los grandes espacios públicos lo tuvieron en distintas ocasiones leyendo ante millares de obreros sus poemas militantes de la causa bolchevique, de la que se fue alejando cuando el régimen soviético se declaró opositor a la corriente poética llamada futurismo y a la que Maiakovski adhirió.
En 1930, cuando contaba sólo 37 años, se suicidó.
Cinco años antes se había matado la otra lumbrera de la poesía soviética: Sergio Esenin, cuando tenía sólo 30 años.
Toda la magia de la poesía rusa, nacida de la mano de Pushkin, se vino a caer de golpe con la muerte trágica de sus dos mayores poetas de la primera mitad del siglo veinte.
La poesía de Maiakovski se lee como si un torrente de luces, si como todos los campos eléctricos, se unieran y convulsionaran.
ESPERANZA
¡Devolvedme el corazón,
y la sangre hasta mis últimas venas!
¡Llenadme el cráneo de ideas!
Yo no he vivido del todo mi vida,
sobre la tierra.
Yo no he acabado de amar del todo.
Yo fui de dos metros de estatura.
¿Para qué quiero esta altura?
Para este trabajo,
se puede ser de una pulgada.
Me pasé la vida arañando con la pluma,
en un cuartucho de dos metros,
armado con anteojos,
en una pieza-estuche.
Yo haré gratis todo lo que quieran,
limpiaré,
lavaré,
cuidaré,
barreré.
Podría servir aunque no sea más que de portero.
¿Ustedes tienen porteros?
Yo fui alegre a veces,
pero que puedo hacer con esta alegría,
si nuestra desgracia es insondable.
Ahora,
todos en seguida muestran los dientes
para morder,
o para ladrar.
Por si poco fuera este dolor,
por si poco fuera nuestra pena.
¡Llamadme!
Yo trataré de entretenerlos,
con charadas e hipérboles,
con alegorías,
o con el malabarismo de mis versos.
Yo he amado en la vida.
No vale la pena recordarlo.
¿Duele?
¡Qué importa!...
Viviremos cuidando nuestras penas.
Yo amo también a los animales.
¿Ustedes tienen jaulas con animales?
Dadme un puesto de guardián de fieras.
Yo amo a las fieras.
Cuando veo un perrito,
aquí en la panadería hay uno,
todo peladito,
soy capaz de arrancarme mi propio hígado,
y decirle, toma,
come,
no me da lástima, querido.
Ese es el poema íntegro. El vigor expresivo del poeta parte desde un principio del texto, se mantiene en sus versos posteriores, para rematar en unos que ya hablan no sólo la inteligencia verbal del bardo, sino también su gran calidad humana:
"soy capaz de arrancarme mi propio hígado/ y decirle, toma,/ come/ no me da lástima, querido". El poema,a su vez, nos muestra ya al hombre desencantado de la poesía política y que entra directo hacia el ser mismo, en la profundidad, o simpleza, de su yo.
Sólo ese poema le bastaría a Vladimiro Maiakovski para vivir por siempre. Pero su poesía de alta calidad se refleja en muchos de otros textos.
Leerlo es emocionarse y el recordarle es hacerle justicia a este gigante de la poesía mundial.
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