viernes, 9 de julio de 2010

Maiakovski: ¡Qué gigante poeta!


Por José G. Martínez Fernández

Hay que visitar a Vladimiro Maiakovki con una enorme sed de poesía. Luego de leer su ESPERANZA uno sentirá en el alma y la razón un universo de múltiples estrellas. Cala tan hondo su fuerza verbal que uno respira tanta y tanta belleza. ¡Gracias gigante poeta por darnos tanta luz!
A Vladimiro Maiakovski le tocó un espacio físico muy singular: la de la Rusia convulsionada bajo el gobierno de los Zares. Hasta pasados los veinte años vivió bajo ese sistema de gobierno.
Nacido en 1893 tuvo, desde su adolescencia, un cariño especial por los asuntos sociales y así se involucró con los bolcheviques. Por ello estuvo encarcelado.
Al triunfar la Revolución se transformó en una especie de portavoz de la misma, especialmente a través de su poesía. Los grandes espacios públicos lo tuvieron en distintas ocasiones leyendo ante millares de obreros sus poemas militantes de la causa bolchevique, de la que se fue alejando cuando el régimen soviético se declaró opositor a la corriente poética llamada futurismo y a la que Maiakovski adhirió.

En 1930, cuando contaba sólo 37 años, se suicidó.
Cinco años antes se había matado la otra lumbrera de la poesía soviética: Sergio Esenin, cuando tenía sólo 30 años.
Toda la magia de la poesía rusa, nacida de la mano de Pushkin, se vino a caer de golpe con la muerte trágica de sus dos mayores poetas de la primera mitad del siglo veinte.

La poesía de Maiakovski se lee como si un torrente de luces, si como todos los campos eléctricos, se unieran y convulsionaran.

ESPERANZA
¡Devolvedme el corazón,
y la sangre hasta mis últimas venas!
¡Llenadme el cráneo de ideas!
Yo no he vivido del todo mi vida,
sobre la tierra.
Yo no he acabado de amar del todo.
Yo fui de dos metros de estatura.
¿Para qué quiero esta altura?
Para este trabajo,
se puede ser de una pulgada.
Me pasé la vida arañando con la pluma,
en un cuartucho de dos metros,
armado con anteojos,
en una pieza-estuche.
Yo haré gratis todo lo que quieran,
limpiaré,
lavaré,
cuidaré,
barreré.
Podría servir aunque no sea más que de portero.
¿Ustedes tienen porteros?
Yo fui alegre a veces,
pero que puedo hacer con esta alegría,
si nuestra desgracia es insondable.
Ahora,
todos en seguida muestran los dientes
para morder,
o para ladrar.
Por si poco fuera este dolor,
por si poco fuera nuestra pena.
¡Llamadme!
Yo trataré de entretenerlos,
con charadas e hipérboles,
con alegorías,
o con el malabarismo de mis versos.
Yo he amado en la vida.
No vale la pena recordarlo.
¿Duele?
¡Qué importa!...


Viviremos cuidando nuestras penas.
Yo amo también a los animales.
¿Ustedes tienen jaulas con animales?
Dadme un puesto de guardián de fieras.
Yo amo a las fieras.
Cuando veo un perrito,
aquí en la panadería hay uno,
todo peladito,
soy capaz de arrancarme mi propio hígado,
y decirle, toma,
come,
no me da lástima, querido.

Ese es el poema íntegro. El vigor expresivo del poeta parte desde un principio del texto, se mantiene en sus versos posteriores, para rematar en unos que ya hablan no sólo la inteligencia verbal del bardo, sino también su gran calidad humana:
"soy capaz de arrancarme mi propio hígado/ y decirle, toma,/ come/ no me da lástima, querido". El poema,a su vez, nos muestra ya al hombre desencantado de la poesía política y que entra directo hacia el ser mismo, en la profundidad, o simpleza, de su yo.
Sólo ese poema le bastaría a Vladimiro Maiakovski para vivir por siempre. Pero su poesía de alta calidad se refleja en muchos de otros textos.
Leerlo es emocionarse y el recordarle es hacerle justicia a este gigante de la poesía mundial.

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