por José G. Martínez Fernández.
Genio y rebelde es el gringo James Ellroy, a quien el sistema norteamericano teme. Los lados oscuros de los grandes personajes de ese país ya fallecidos (Hughes, J. F. Kennedy y otros), además de varios vivos, okey de acciones muy sucias, aparecen en sus novelas. La relación política-justicia-mafia es desnudada por uno de los más grandes novelistas de este momento.
A James Ellroy le asesinaron a su madre cuando tenía diez años. Aún los asesinos no son descubiertos por la policía y él ha entrado (vía propia) a investigar ese caso, contratando incluso a detectives privados. Puede darse ese lujo porque sus novelas le reportan millones de dólares.
Esas novelas desatan el odio de una parte de los gringos, sus propios compatriotas, que ven con angustia como este niño terrible de las letras destruye los mitos, los hechos dados por ciertos, los textos "sacramentados" por el oficialismo de Estados Unidos.
Y entendamos por oficialismo lo establecido por el Estado al que Ellroy considera un antro de miserables y delincuentes atados a otros hampones: la típica mafia que llegó a USA a través de la Italia siciliana y napolitana, principalmente.
¿Cómo no recordar, por ejemplo, que en Nueva York, hace ya algunas décadas, un tal Costello era quien determinaba las direcciones cupulares de los partidos Demócrata y Republicano?
Costello, el gran mafioso, el digno sucesor de Al Capone y Lucky Luciano, sí, él mismo, tenía que determinar las direcciones de los principales partidos políticos en esa gigantesca urbe que es Nueva York.
Política, justicia, mafia, son los tres hilos reunidos para accionar y dejar a oscuras las verdades y no realizar justicia.
Ellroy señala que ama a la mayoría de los norteamericanos, porque ellos son gente honesta; pero desprecia, y con fuerza, a los "conductores de su nación" por cobardes, hipócritas y mafiosos.
Considera a su patria, por lo señalado, una verdadera CLOACA. Claro que critica al PODER de Estados Unidos, reiteramos; pero no a sus millones de habitantes a quienes considera gente digna.
Si la "mater pater" del mundo tiene en sus mayores grupos políticos incrustado al hampa y si compra a la justicia...¿Qué pasará con nosotros, los pobres sudacas aún en tiempos de semibarbarie?
Ahora, a sólo un mes de la presidencial peruana, ¡cómo se acusan unos a otros los candidatos o sus partidarios de traficantes de drogas, de matones, de "recortadores" de las platas públicas!
Lo mismo se vive en los otros pequeños estados de esta Sudamérica surgida del sudor y sangre de hombres grandes que también poseyeron sus "pifias" humanas. Hace doscientos años.
Hoy James Ellroy está golpeando al aparato gringo considerando muchas de sus épocas, aunque su puente-base son las últimas décadas. John Kennedy, Howard Hughes, Edgar Hoover, Vietnam, FBI, Panteras Negras, etc. se transforman en sus afanes, en sus inteligentes delirios, en sus luces motivacionales.
A ese mundo mezcla sin piedad. ¿Qué Kennedy fue San John? ¿Quiénes realmente lo asesinaron? ¿Qué acaso él no era más corrupto que el mismo Bill Clinton? ¿Qué los políticos demo y repu no bebían whisky en las rocas, como lo hacía el mismo Ellroy? Pero la diferencia era que los repu y los demo lo hacían tramando, a veces, hasta grandes delitos; mientras el novelista lo hacía por vicio propio y no para delinquir?
Sus grandes libros: AMÉRICA, LA DALIA NEGRA, SEIS DE LOS GRANDES, MIS RINCONES OSCUROS...
Su lenguaje es directo, de frase breve, dura y demoledora.
No se queda en mediaguas este gringo nacido en 1948.
Cuando se le preguntó sobre el affaire Clinton, él respondió como lo hace en sus novelas: "Clinton debería haber sido destituido y encarcelado", después de que lo calificara de "pusilánime, superficial, mediocre..." y señalara: "Sería un muy buen político corrupto en una novela que escribiré dentro de varios años".
Ese es James Elltoy. Un héroe actual de la gran novela. Un novelista directo, con todas sus luces encendidas para denunciar la corrupción política, la que obtiene de un conjunto de investigaciones históricas, en las que Ellroy, obviamente, pone su cuota de ficción.
José G. Martínez Fernández
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