por José Seves
Aquella, mi primera vez como espectador y auditor de la Peña de los Parra, Víctor Jara fue quien más me impactó. Sea por sus cualidades naturales o por su formación musical y teatral, su presentación estaba matizada con muchos pequeños elementos. Había en ello conducción dramática que conquistaba la atención transportando al público a canciones de diferentes humores y venas, sin que faltara la voz de Víctor tomando un tono campesino, contar historias o mostrando actitudes ladinas.
Aquella, mi primera vez como espectador y auditor de la Peña de los Parra, Víctor Jara fue quien más me impactó. Sea por sus cualidades naturales o por su formación musical y teatral, su presentación estaba matizada con muchos pequeños elementos. Había en ello conducción dramática que conquistaba la atención transportando al público a canciones de diferentes humores y venas, sin que faltara la voz de Víctor tomando un tono campesino, contar historias o mostrando actitudes ladinas.
La simpatía que despertaba era inmediata, la convicción, también, al cantar canciones inspiradas en la vida del campo que él conoció como hijo de inquilino y al jugar con cosas divertidas como el contenido de la polca "La Beata", enferma de mal de amor por un cura (un hecho como este en Italia puede ser lo más común, pero en Chile al poco andar se hizo escándalo desde los púlpitos más conservadores logrando la censura radial para dicha canción). Posteriormente y cuando a fines del 1971 Inti Illimani me invita a integrarme al conjunto tendré oportunidad de ver a Víctor con frecuencia. La situación de verlo asomándose al quicio de la puerta de nuestro lugar de ensayo, como sin querer interrumpir, haciéndose el chiquitito, dará pié a un intercambio de visiones respecto de este quehacer que el maestro Victor y el grupo realizan en ese momento, independientemente. Podía ser que se quedara escuchando quizá algún tema indígena andino que estábamos arreglando, pidiendo con gestos que continuáramos con la ejecución y que respetáramos su invisibilidad, y al final dijera algo elogioso de sincera admiración respecto de la belleza del resultado de lo que estábamos haciendo. Su estímulo decidido y su entusiasmo nos transmitía la posibilidad de crecer mas y mas con los elementos folclóricos, descubriendo en ese camino nuevos instrumentos antiguos, inéditas sonoridades y combinaciones de sonidos que fueran conformando un resultado sonoro distinto y por fin la creación de una orquesta de sonido latinoamericano.
Había sucedido así ese año 71 cuando de regreso de la primera gira por América Latina el Inti desde Colombia trajo un Tiple. Este era un tipo de guitarra de cuatro unidades de tres cuerdas metálicas cada una, que se usa en algunos estilos populares, seguramente originada durante la Colonia y posiblemente sobrevivida aquí en el continente y desaparecida en España. La impresión que recibió el grupo de parte de los amigos colombianos fué que el Tiple estaba casi en extinción. Al verlo y escucharlo, ejecutado por Salinas quien por parecido intentó módulos de guitarrón chileno, Victor quiso usarlo inmediatamente en un tema instrumental que compuso a petición de la TV para servir de cortina musical entre programas, se trata del tema "Charagua". Desde entonces el Tiple pasó a ser un instrumento infaltable de los grupos de Nueva canción.
La colaboración mas larga y cercana que tuve con Victor Jara fue en ocasión del montaje de la Obra "La Población"que él grabó y presentó con la interpretación de dos actores, con el grupo "Huamarí" y el grupo femenino "Cantamaranto". Para ello Victor organizó al grupo con seis jóvenes muchachas estudiantes y militantes de la Juventud comunista. El trabajo consistió en montar un repertorio de canciones latinoamericanas con que el grupo naciera a la vida artística y además en prepararlas para intervenir cantando en la obra. Mi rol fué de apoyo en la ejecución de instrumentos para que las muchachas se acompañaran con guitarras, charango, kenas y percusión. Consistió en practicar ritmos y buscar funciones distintas a los instrumentos. En esas sesiones de ensayos pude percibir el modo de trabajo de Víctor. Imponía disciplina, concentración y una seriedad en buena onda que permitía naturales quiebres de jocosidad. Hacía cantar la melodía a una de las niñas mientras él en murmullos iba intentando crear una segunda voz. Esta nunca era paralela, ni evidente, generalmente la hacia evolucionar en movimientos contrapuestos y generalmente lo lograba con belleza, como si la segunda voz fuera independiente y melódicamente valiese de por sí.Hasta ahí todo bien; el asunto se complicaba cuando agregaba una tercera voz y corría el riesgo de producir "choques" por cercanía de notas. Aunque demorábamos un poco en descubrir el conflicto, e internamente, creo, ambos lamentábamos nuestra falencia teórica, este método natural y empírico también resultaba.Esta vivencia me llamaba mucho la atención porque no era lejana la situación que Víctor había vivido con el grupo "Quilapayún"que dirigió por tres años y que en sus manos había iniciado un sonido de arreglos vocales novedosos para el medio latinoamericano. Es de suponer que la experiencia coral de Víctor en el Coro de la Universidad de Chile y su paso anterior por el Seminario donde practicaban canto gregoriano, mas su gusto por lo inevitable en aquellos años que era el sonido de los Beatles, lo llevaba a aventurarse a juegos de disonancias vocales y a caminar una senda experimental que se materializó con éxito en muchas de sus colaboraciones con grupos musicales, entre ellas con el Quila.
José Seves S.
La colaboración mas larga y cercana que tuve con Victor Jara fue en ocasión del montaje de la Obra "La Población"que él grabó y presentó con la interpretación de dos actores, con el grupo "Huamarí" y el grupo femenino "Cantamaranto". Para ello Victor organizó al grupo con seis jóvenes muchachas estudiantes y militantes de la Juventud comunista. El trabajo consistió en montar un repertorio de canciones latinoamericanas con que el grupo naciera a la vida artística y además en prepararlas para intervenir cantando en la obra. Mi rol fué de apoyo en la ejecución de instrumentos para que las muchachas se acompañaran con guitarras, charango, kenas y percusión. Consistió en practicar ritmos y buscar funciones distintas a los instrumentos. En esas sesiones de ensayos pude percibir el modo de trabajo de Víctor. Imponía disciplina, concentración y una seriedad en buena onda que permitía naturales quiebres de jocosidad. Hacía cantar la melodía a una de las niñas mientras él en murmullos iba intentando crear una segunda voz. Esta nunca era paralela, ni evidente, generalmente la hacia evolucionar en movimientos contrapuestos y generalmente lo lograba con belleza, como si la segunda voz fuera independiente y melódicamente valiese de por sí.Hasta ahí todo bien; el asunto se complicaba cuando agregaba una tercera voz y corría el riesgo de producir "choques" por cercanía de notas. Aunque demorábamos un poco en descubrir el conflicto, e internamente, creo, ambos lamentábamos nuestra falencia teórica, este método natural y empírico también resultaba.Esta vivencia me llamaba mucho la atención porque no era lejana la situación que Víctor había vivido con el grupo "Quilapayún"que dirigió por tres años y que en sus manos había iniciado un sonido de arreglos vocales novedosos para el medio latinoamericano. Es de suponer que la experiencia coral de Víctor en el Coro de la Universidad de Chile y su paso anterior por el Seminario donde practicaban canto gregoriano, mas su gusto por lo inevitable en aquellos años que era el sonido de los Beatles, lo llevaba a aventurarse a juegos de disonancias vocales y a caminar una senda experimental que se materializó con éxito en muchas de sus colaboraciones con grupos musicales, entre ellas con el Quila.
José Seves S.
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